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El joven, pues, le dijo tomándola afectuosamente las manos y atrayéndola hacia su pecho hasta sentir latir su corazón: Vaya, vaya, querida hija mía, ¿quieres secar esas lágrimas y responderme cuerda y razonablemente? ¿No estoy aquí yo, tu protector, tu marido? Cuéntamelo todo en detalle. ¿Qué quieres que te diga, Raúl? Tu madre me ha echado. ¡Echarte!

Y mientras Juan Claudio comía, Luisa le miraba afectuosamente. Las llamas se retorcían en la estufa, iluminando con viva luz las vigas bajas, la escalera de madera que quedaba en la obscuridad, el amplio lecho situado al fondo de la alcoba, toda la vivienda, en una palabra, tantas veces animada por el carácter alegre del almadreñero, las canciones de su hija y el ardor del trabajo.

Se saludaron afectuosamente, pero ambos extremadamente embarazados. Clara pensaba en los celos tan infundados, tan pueriles que Tristán sentía de aquel chico. El marquesito no podía menos de recordar la escena del día de la boda, cuando un poco ebrio había soltado algunas palabras inconvenientes delante de un corro de señoras. Sin embargo, no tardaron en recobrar su aplomo.

Los oficiales alemanes llamaban a cada momento para dar sus órdenes a un empleado de la comisaría, hombre grueso y de bigotes canos que se expresaba en distintos idiomas, pasando de uno a otro con asombrosa facilidad. Maltrana y él se saludaron afectuosamente.

Mis esponsales tuvieron la aprobación de la nobleza y también del grueso público; por todas partes no vi más que caras sonrientes y manos afectuosamente tendidas que me felicitaban.

Al día siguiente, cuando le vió en la calle, le pareció aún mejor y le saludó afectuosamente. Manolo Uceda respondió al saludo con agrado, y algunos días después, con ocasión de cierta fiesta con música al aire libre, se aventuró á dirigirle la palabra, á acompañarla y, lo que es aún más, á sacarla á bailar. Este último obsequio puso corona inmarcesible á la gratitud de Soledad.

La señá Benina, queriendo sin duda librarse de un fastidioso hurgoneo, se despidió afectuosamente, como siempre lo hacía, y se fue. Siguiola, con minutos de diferencia, el ciego Almudena. Entre los restantes empezaron a saltar, como chispas, las frasecillas primeras de su sorpresa y confusión: «Ya lo sabremos mañana... Será por desempeñarla... Tiene más de cuarenta papeletas.

Para doña Carmen era toda mansedumbre y cariño: respecto de Clotilde y Javier, parecía vivir en sumisión forzada; les dirigía la palabra cortés y casi afectuosamente, pero siempre con tal circunspección y mesura, siempre con tan escasa confianza, que la reserva robaba espontaneidad a su lenguaje: diríase que medía y pesaba las palabras, evitando cuidadosamente todo lo que pudiese ocasionar piques y roces.

Aquel tranquilo declinar de un día nebuloso, precursor de otros más serenos, la seguridad del cielo que se despejaba y se embellecía, aquella alegría de los niños para animar el parque ya casi despojado de hojas y de verdor, una madre confiada y feliz sirviendo de vínculo de unión del padre con los hijos, este último grave, llena la mente de pensamientos, confortado, recorriendo a paso lento la rica y fecunda alameda cubierta de parra, aquella abundancia en medio de aquella paz, aquel colmo del deber en la felicidad, todo, en fin, lo que estaba en torno de nosotros constituía, después de nuestra conversación, un desenlace tan noble, tan legítimo, tan evidente, que conmovido le tomé el brazo a Domingo y se lo apreté aún más afectuosamente que de costumbre.

¿Qué es de tu vida, Manolo?... ¡Hace un siglo que no te veo!... ¿Por qué no vienes á casa? le dijo con la sonrisa en los labios, apretándole afectuosamente la mano. Pero después de haber soltado tales palabras se hizo cargo de su imprudencia y se puso roja como una cereza. Ando bastante ocupado con un asuntillo que me ha encomendado mi madre... El jueves me voy á Medina. ¿Para volver?