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En aquellos sitios agrestes se me apareció más hermosa. La cautela, que recomiendan los ascetas, de pensar en ella afeada por los años y por las enfermedades; de figurármela muerta, llena de hedor y podredumbre y cubierta de gusanos, vino, a pesar mío, a mi imaginación; y digo a pesar mío, porque no entiendo que tan terrible cautela fuese indispensable.

La luz de la lámpara iluminaba de lleno su rostro cetrino y anguloso: tenía los ojos grandes, pardos y tercos al mirar; la frente alta, afeada por cierta depresión hacia las sienes; los labios recios y las facciones salientes y toscas, como de talla mal labrada.

Maltrana, oyendo estos lamentos de dueña de casa, pensaba nostálgicamente en el pasado. ¡Qué dulce recuerdo el de los paseos por los desmontes inmediatos al Canalillo, el de los descansos en los merenderos de Amaniel, hablando de amor, pasándose las naranjas de boca a boca, contentos del sol que les metía en el alma la alegría de su luz, gozosos de la noche que les protegía con su sombra, dando a sus caricias un nuevo encanto con la sonoridad de los nocturnos ecos!... Todo había huido para siempre; estaba lejos, tan lejos como parecía estar aquella Feli de los buenos tiempos, alegre, risueña y rebosando la admiración, de esta otra, afeada por la maternidad, triste por la miseria, y con gesto de desaliento, como si ya no tuviese fe en el porvenir de su hombre y se resignara a llevar la peor parte, cuidándolo como un niño grande, más por conmiseración maternal que por apasionamiento amoroso.

Esta obra, aunque tiene muchos grados de purisimo mérito, no solo por ser la primera en su clase, sino por haber salido de la pluma de un tan sabio varon como García de Orta, tambien está afeada por muchos i mui graves errores. Véase de la suerte que habla de estos coloquios Gaspar Acosta en el prólogo de su tratado de las drogas i medicinas de las Indias orientales.

Habíanse preso cuatro bravucones de mirada torva y harapiento pelaje, que harto claro manifestaban, sólo con dejarse ver, que eran racimos de horca, no vendimiados aún por la justicia. Halláronse en el aposento de Florela los cuerpos de doña Guiomar y de don Baltasar de Peralta, ella marchita y afeada por la muerte su hermosura, él cubierto aún con el antifaz el semblante.

Y cuando, terminado el trabajo, vuelve a su casa, barre, lava y se consume como una momia ante el humoso hornillo de la cocina. Yo amé a Lucy por esto, porque estaba consumida y agotada por la explotación, porque era la virgen obrera en toda su melancólica decadencia, nacida hermosa y afeada por la injusticia social.

A estas preguntas, que algunos aficionados a las letras nos hacíamos, respondió, como si estuviera en nuestro pensamiento, don Enrique Nercasseau y Morán, en su discurso de recepción leído ante la Academia Chilena, correspondiente de la Española, el día 21 de noviembre de 1915 : «La novela toda de Vélez de Guevara dijo es una sátira cortés de la sociedad de su tiempo, felicísima en la mayor parte de sus cuadros, y no afeada por la licencia y crudeza tan comunes en las novelas de la época.

Bastante hago con tolerar en nuestra casa estas cosas. ¡Ay!, ¡si supieras cómo me duelen las miradas de la gente...! En realidad, había sido menor de lo que él esperaba el escándalo producido en las Claverías por la vuelta de Sagrario. Estaba tan afeada por la enfermedad y las penalidades, se notaba en ella tal fatiga, que ninguna mujer sintió animosidad contra ella.