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Y echó a correr para dentro. «No vale, no vale, eso no vale gritó Isidora con afán . Mi hijo vendrá conmigo». A esto siguieron algunas lágrimas, y tomando entonces Castaño un tono conciliador, manifestó a la afligida madre que estando el niño en la ortopedia mejor que en ninguna parte, le dejase aquí.

La aventura, ridícula y todo, la había rejuvenecido, había encendido chispas en sus ojuelos, y «¡ea! venía con afán de abrazar ella también». Abrazó a la Regenta, se la comió a besos... y después de contarla el paso de comedia del mozo de cordel, gritó de repente: A propósito, ¿no te ha contado Víctor lo de Álvaro? Visita tenía cogida por las muñecas a su amiga.

Al mismo tiempo llevó la mano al bolsillo en busca de la cartera. Su semblante, que sonreía con la expresión triunfal del que lleva en el bolsillo la llave de todos los goces de este mundo, se contrajo de pronto. Una nube de inquietud pasó súbito por él. Buscó con afán. La cartera no estaba en aquel sitio. Pasó a los demás bolsillos. Lo mismo. ¡F....! ¡me han robado la cartera!

La persecución en esta materia llegó a tal extremo, tales disgustos le causó su afán de expresar por escrito sus ideas y sus penas, que tuvo que renunciar en absoluto a la pluma; se juró a misma no ser la «literata», aquel ente híbrido y abominable de que se hablaba en Vetusta como de los monstruos asquerosos y horribles.

Subimos una escalera, bajamos otra, y creo que tornamos a subir, pues resueltos a buscar por nosotros mismos el dichoso número, no preguntábamos a ningún transeúnte, prefiriendo el grato afán de la exploración por lugares tan misteriosos.

Luego aquella curiosidad maldita, aquel afán inmoderado de saber la vida de uno con todos sus pormenores, lo que había hecho y lo que pensaba hacer, era para desesperarse. La hermana San Sulpicio cruzaba al mismo tiempo por el corredor, y cruzaba tan velozmente que el vestido se le enganchó en un clavo de la pared y se rasgó con un siete formidable.

Mas ya, ¿quién pondrá en mis manos su pan y el de sus hermanos? ¡Ay, Señor! que en mi profundo dolor presiento males prolijos; que en este afán angustioso, lloro, más que por mi esposo, por el padre de mis hijos

Al salir ellas al paseo, recogió en el zaguán la carta de manos de la santita, en las mismas narices de la oronda misia Gregoria y de Angela, sin que ninguna se enterara. ¿Qué tal? Quilito no le escuchaba: había rasgado el sobre y leía; con el afán de un sediento ante un vaso de agua, saboreaba la miel de la fraseología de su prima, temblándole las manos de emoción.

No aventura nada por no perder nada; desconfia hasta de las personas que mas le aman; en el silencio y tinieblas de la noche visita sus arcas enterradas en lugares misteriosos, para asegurarse que el tesoro está allí, y aumentarle todavía mas; y entre tanto le acecha uno de sus sirvientes ó vecinos, y el tesoro con tanto afan acumulado, con tanta precaucion escondido, desaparece.

Imagine ahora el lector el afán, el asombro, las palpitaciones de gozo y el raro deleite con que leería Poldy la carta, que también venía en rollo y que estaba concebida en estos términos: VIII «Me repugna y hallo difícil escribir cartas dando tratamiento a quien las dirijo, y así, adopto la antigua costumbre de los orientales.