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Señora, señora mía dijo, ó quiso decir Migajas mi dicha es tanta que no puedo expresarla. Pues bien manifestó la señora con majestad puesto que quieres ser mi esposo, y por consiguiente, Príncipe y señor de estos monigotiles reinos, debo advertirte que para ello es necesario que renuncies á tu personalidad humana. No comprendo lo que quiere decir Vuestra Alteza.

Si te pudiera matar Otra vez, te hubiera muerto. Día de Santo Domingo Me mataste. Y ¿qué es tu intento? Advertirte que Dios manda Que fundes aquí un convento, Donde en vírgenes le pagues Lo que le hurtaste en desprecios. Clausuras honren clausuras. ¿Prométeslo? , prometo. ¿Quieres otra cosa? No. Y dame agora la mano En señal del cumplimiento.

Debo advertirte otra cosa que ignoras, Gabriel; una cosa que tal vez te cause tristeza; pero que debes saber... ¿ crees conservar sobre ella el ascendiente que tuviste hace algún tiempo y que conservaste aun después de haber mudado tan bruscamente de fortuna? Señora repuse , no puedo concebir que haya perdido ese ascendiente. Perdóneseme la vanidad.

Como hoy mismo voy a presentarte a esas inocentes, sería inútil ocultarte que tan aventajada criatura es la señorita de la Treillade, y no parece de más advertirte que esta mañana precisamente, me la recomendaba, tía cual un modelo de todas las virtudes... Verdad es que añadía que era muy instruída... en lo que, como has visto, no se equivocaba... Cuando pienso que tal vez me hubiera decidido por ella, siento escalofríos... Ahora comprenderás por qué razón he prescindido de todos los principios de la delicadeza ante la idea de darme exacta cuenta sobre los principios de esa señorita... Diríase que la suerte me ha presentado la ocasión de juzgarla... Te aseguro que no me arrepiento de mi falta... ¡Vamos a almorzar!

Y no le digas más, ni yo quiero decirte más a ti, sino advertirte que consideres que esta segunda parte de Don Quijote que te ofrezco es cortada del mismo artífice y del mesmo paño que la primera, y que en ella te doy a don Quijote dilatado, y, finalmente, muerto y sepultado, porque ninguno se atreva a levantarle nuevos testimonios, pues bastan los pasados y basta también que un hombre honrado haya dado noticia destas discretas locuras, sin querer de nuevo entrarse en ellas: que la abundancia de las cosas, aunque sean buenas, hace que no se estimen, y la carestía, aun de las malas, se estima en algo.

Hice la historia: revelé detalles atroces: todos los políticos y los periodistas se quedaron estupefactos. Estos políticos y estos periodistas he de advertirte que son una gente muy inocente: con un adarme de ingenio y otro de audacia se les asombra a todos. Por eso no es extraño que ante mi artículo abrieran espantados los ojos.

Tu emancipación es de fecha muy reciente. Las atribuciones que tu padre me legó sobre ti han dejado ya de existir para la ley, pero subsisten todavía moralmente, y debo advertirte que en esta época turbulenta en que las riquezas y las distinciones dependen de un capricho de la muchedumbre o de una revuelta popular, nadie puede contar sino consigo mismo y que a despecho de tu opulencia y de tu título de conde, un padre de familia de elevada alcurnia y de cuantioso caudal, obraría con acierto si te negara la mano de su hija, conceptuando como insuficientes garantías tus triunfos en las carreras y tus grados obtenidos en el Jockey-club como hombre diestro en deportes.

Pues yo te digo que no me preocupa nada y te ruego que hablemos de otra cosa. Clementina se mostraba más altanera y desdeñosa cuanta más insistencia veía en Pepa. Su orgullo, siempre alerta, le hacía suponer que ésta había preparado aquella conferencia para mortificarla. Es que ... querida mía, debo advertirte que tu marido no especula solamente con su capital dijo la viuda picada ya.

Adiós... Oye una palabra... Aunque te repito que puedes hacer lo que gustes, debo advertirte que el marcharte ahora no me parece muy decente... Es ya noche, como ves, y cualquiera, viéndote salir de mi casa de ese modo, podría suponer que te he echado de ella. Pierde cuidado. Ya me encargaré de decir á todo el mundo que he salido por mi gusto.

Hay un prólogo al tomo II de las Comedias de Guillén de Castro, que copio, tanto á causa de la rareza de este libro, cuanto como ligero dato que aumenta las pocas noticias existentes de la vida de este poeta: Al lector: «No quiero llamarte discreto ni sabio, por que tal vez podras ser que no lo seas, ni lisongearte quiero tampoco, con la comun avilidad de llamarte piadoso; pues si sabes, no tengo mis cosas por tan levantadas de punto, que te Causen embidia y dexes por eso de alaballas: y si ynoras, tus alabanças me servirán de vituperios: solo quiero advertirte, que demás de imprimir estas doze Comedias por hacer gusto á mi sobrino, lo hize tambien por que en mi ausencia se imprimieron otras doze, y tanto porque en ellas avia un sin fin de yerros, porque la que menos años tiene tendrá de quince arriba, que fué cuando la poesía Comica, aunque menos murmurada, no estaba tan en su punto, me animé á hazer esta segunda impresion.