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¿Qué cosa más natural que advertirme de ello cuando entré en el hotel? ¿Qué cosa más justa y más sencilla que decirme: «paga usted siete francos por la habitacion y uno por el servicio?» ¿Y si yo no hubiera tenido más que los siete francos, único compromiso que contraje?

Al fin se detuvo y se calmó la ventolera aquélla; y recogiendo lo que antes había puesto sobre la mesa y colocándolo interinamente en las sillas inmediatas, levantó el ala que aquélla tenía libre y plegada, y no las dos, por no necesitarse para solo tanto espacio, según tuvo la bondad de advertirme; tendió sobre el tablero resultante un blanquísimo mantel; puso sobre éste una botella de vino, un cubierto de plata maciza y de anticuada forma, dos vasos de cristal, tres platos amontonados, una torta de pan, tibio todavía, según me dijo la complaciente señora, porque no hacía aún dos horas que había salido del horno del corral; un queso duro, de ovejas, y cosa de medio maquilero de nueces y avellanas.

»No puedo darme ahora cuenta exacta de todo lo que ocurrió en el resto de aquel día y durante la noche que le siguió; no si Ángel fue y vino varias veces o si no se movió de allí, porque tengo una idea de que faltó muy pocos instantes de mi casa hasta cerca de la madrugada; recuerdo vagamente también que estuvo Guzmán al anochecer, y el efecto terrible que le hizo la noticia que yo le di por entrar; que vio a Luz y que la habló, y que Luz tuvo también para él sonrisas y dulzuras de consuelo; que se apartó de ella a duras penas cuando entró el cura nuevamente para confesarla; que salió con los ojos enrojecidos y el pecho rebosando de sollozos; que, mientras el confesor cumplía su triste cometido, Sagrario, forzando todas las consignas de la puerta, entró hasta donde yo me hallaba recogida para llorar a solas, y se abalanzó sobre , hecha un mar de lágrimas; que se aumentó el raudal de las mías al verme delante de aquel cómplice y testigo de mis maldades; que cuando el cura se me acercó para darme otra enhorabuena y advertirme que de acuerdo con la enferma, se la daría el Viático al día siguiente para que le recibiera con la debida solemnidad, puesto que no corría prisa, Sagrario voló hasta la cama de Luz, de donde me costó gran trabajo separarla; y que con espantarse tanto como se espantó de la infamia de Leticia cuando yo la enteré de ella, se espantó todavía más de que yo no viera en sus estragos otra cosa que el castigo de mis culpas; tampoco recuerdo en qué paré esta corta entrevista con aquella loca de buen fondo, ni cuándo se marchó, ni cuándo se fue Guzmán, ni qué me dijo, ni lo que te dijo Luz al despedirle.

¿Nada te parece, loca, impedir el matrimonio de tu hermana, engañarla miserablemente, dar un escándalo en la villa como nunca se habrá visto? Yo no he hecho nada de eso. El fué quien se me declaró. ¿Es pecado dejarse querer? En esta ocasión, replicó con severidad la señora. A la primera señal debiste advertirme.

«Era lo mismo que yo había sospechado antes; y como no salía con ello de mis dudas, dije a mi madre que continuara explicándose, si es que tenía más que advertirme, como me lo iba temiendo yo; y añadió entonces: » Tengo ese hombre inteligente y rico que tanta falta te hace.

Sólo me observó, sonriendo con tristeza: No puedes engañarme. ¿Para qué voy a darte mil nombres, malos y buenos, propicios y funestos, alegres y terribles, si mismo, no sabiendo cómo te llamas, no podrás advertirme cuando acierte o desacierte?... Hice yo un doloroso esfuerzo de memoria... Un largo y doloroso esfuerzo de memoria... Y no conseguía acordarme de mi nombre.

-Así es verdad -respondió Sancho-, pero al buen pagador no le duelen prendas, y en casa llena presto se guisa la cena; quiero decir que a no hay que decirme ni advertirme de nada, que para todo tengo y de todo se me alcanza un poco. -Yo lo creo, Sancho -dijo don Quijote-; ve en buena hora, y Dios te guíe.