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¿Qué iba á hacer?... Su propósito era decirle dos palabritas á aquel advenedizo que se metía á cultivar lo que no era suyo; una indicación muy seria para que «no fuese tonto» y se volviera á su tierra, pues allí nada tenía que hacer. Pero el tal sujeto no salía de sus campos, y no era cosa de ir á amenazarle en su propia casa. Esto sería «dar el cuerpo» demasiado, teniendo en cuenta lo que podría ocurrir luego. Había que ser cauto y guardar la salida. En fin... un poco de paciencia.

Siempre que podía, recriminaba a su hermano por su indolencia, de dejar así todo en manos de aquel advenedizo; poco a poco, le había cobrado desconfianza y no le perdía de vista; cuando salía, de buena gana le hubiera registrado los bolsillos, para ver si se llevaba algo.

Después de veinte años de cuidados, de afección, de protección; cuando te he tratado como á una hija, ¿me hablas con semejante ingratitud, por un advenedizo á quién no conocías hace seis semanas? ¿Contra todo respeto, juzgas mis actos y contra todo agradecimiento te unes con mis enemigos? ¿Es esto lo que yo debía esperar de ti? ¡Eres un monstruo!

Uno de sus desahogos favoritos era encresparse la melena blanca, que debiera ser albo nimbo de su ancianidad. Con la voz temblequeante de despecho, inquirió: Y ¿le has ofrecido mi hija?... ¡Mi hija despreciada por ese advenedizo, un hijo de mala madre, ladrón, asesino!... Carmen cerró los ojos, se tapó los oídos, se encogió en su silla pequeña, toda confundida y horrorizada.

Este mastín fue el encargado de romper la paz de aquel paraje, alzándose iracundo contra el advenedizo, ladrando con un grito ronco, apagado, testimonio de su decrepitud. El P. Gil detuvo el paso, y comenzó a decir en tono dulce y persuasivo: ¡Toma, toma! ¡Quis, quis!

Pero es igual; el primer advenedizo, el mozo de cordel de la esquina, el aguador que grita en este momento en la calle. Sacó del bolsillo las gafas, levantó ligeramente la cortina, examinó, a través de aquéllas, la calle de Beaune, y dijo al doctor: He ahí a un muchacho que no tiene mala cara. Tened la bondad de hacerle señas, porque yo no me atrevo a mostrar a los transeúntes mi rostro.

El vino de Jerez continuó con acento solemne el jefe del escritorio no es un advenedizo, un artículo elevado por la veleidosa moda; su reputación está de abolengo bien sentada, no sólo como bebida gratísima, sino como insustituible agente terapéutico.

El tono con que el oficial defendía á Alicia excitó aún más su cólera. Adivinaba en él un gran orgullo, la vanidad del pobre muchacho que sólo ha conocido las aventuras de amor á través de los libros, y de pronto se ve en relaciones supuestas con una duquesa y rival de un príncipe. ¡Qué gloria para un advenedizo! Joven... dijo la voz dura de Lubimoff.

Todos los que componían su público, por cuya admiración trabajaba con tanto ardor desde que se retiró de los negocios, se agruparon en su mente como en un cuadro, y le pareció que todos aquellos árbitros del éxito y del renombre dirigían hacia él sus miradas como para preguntar: "¿Á que se decidirá? ¿Adoptará la causa de los oprimidos ó sacrificará la inocencia á su ociosidad? ¿Podremos incluírle entre las personalidades que llaman la atención en cuanto se presentan en cualquier parte, ó seguiremos mirándole por encima del hombro, como á un advenedizo? ¿Será, en fin, un héroe ó un hombre vulgar?"

La huérfana, al oír estas palabras sintió un frío en el alma. El momento en que eran dichas hacía que parecieran una gran verdad. Su único, legítimo y verdadero amigo no vendría. Ya no le quedaba más amparo que el de un advenedizo. Nada más que yo; pero es bastante continuó el joven con afectada voz. Siga usted el plan que yo le marque: no haga usted caso de ese viejo.