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Arrojó su sombrero sobre el diván, como si se despojase de una corona de gloria que abrumaba su frente, y tambaleándose fue a apoyar las manos en el escritorio, quedando con la mirada fija en la enorme cabeza de toro que adornaba la pared del fondo del despacho. ¡Hola! ¡Güenas noches, mozo güeno!... ¿Qué pintas aquí?... ¡Muuú! ¡muuú!

Lo mismo en el infinito del horizonte que en un círculo más reducido, todo revestía una especie de aspecto alegre que adornaba de poesía a aquella fiesta melancólica de los muertos. En el camino, atestado de hojas amarillas, desarrollaba sus largos anillos la procesión lenta y recogida.

Todos los años, en un carruaje como aquél, emprendía la familia de Febrer su viaje a Sóller, donde poseía una antigua casa, de amplio zaguán, la casa de la Luna, llamada así por un hemisferio de piedra con ojos y nariz que adornaba lo alto del portalón, representando al astro de la noche. Era siempre a principios de Mayo.

El jefe del Estado se instalaba en la Prefectura, los ministerios quedaban establecidos en escuelas y museos; dos teatros eran habilitados para las futuras reuniones del Senado y la Cámara popular. Julio encontró un hotel sórdido y equívoco en el fondo de un callejón humedecido constantemente por los transeúntes. Un amorcillo adornaba los cristales de la puerta.

Envidiarle pudiera Rocinante Al gran Pegaso de presencia brava, Y aun Billadoro el del señor de Anglante. Con no quantas alas adornaba Manos y pies, indicio manifiesto, Que en ligereza al viento aventajaba. Y por mostrar quan agil y quan presto Era, se alzó del suelo quatro picas, Con un denuedo y ademan compuesto.

"Abrazóle el rey, preguntóle su nombre, y dijo que se llamaba Periandro. Quitóse en esto la bella Sinforosa una guirnalda de flores con que adornaba su hermosísima cabeza, y la puso sobre la del gallardo mancebo, y, con honesta gracia, le dijo al ponérsela: " Cuando mi padre sea tan venturoso de que volváis a verle, veréis cómo no vendréis a servirle sino a ser servido."

Esta misteriosa piedra, que se engarzaba como por privilegio en medio de las otras perlas, tenía una oculta y maravillosa propiedad, y era que los matices de sus colores cambiaban incesantemente cuando la persona que se adornaba con el collar se acercaba en bien o en mal a alguna súbita mudanza o peripecia en su condición y fortuna.

Era la última partida: al día siguiente iban a separarse. Y jugaban olvidados de todo, sin saber con certeza si el buque estaba inmóvil o había reanudado su marcha. Un gran retrato de Goethe adornaba el testero del salón. Presidía el poeta con su olímpica sonrisa el manejo de las barajas y el continuo beber de una parte del rebaño trasatlántico acorralado en el buque de su nombre.

Los asientos tapizados de seda rosa, igual a la que adornaba los planos de las paredes, estaban ocupados por señoras. El ambiente era más limpio que en el jardín de invierno, donde una atmósfera de humo de habano y tabaco oriental con perfume de opio flotaba sobre las plantas.

El cura la admiraba tanto al oírle hablar de teología que, mentalmente, adornaba sus espaldas con la muceta y su cabeza con el bonete y la borla.