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Los tipos de apóstoles, mártires y ermitaños, están tomados del campo y de la hampa o son soldados viejos de Flandes y de Italia: el artista sin cuidarse de ennoblecerlos ni siquiera limpiarlos, los coloca en los altares y allí son reverenciados y adorados: persuaden al animo y seducen a la imaginación meridional porque tienen vida: la pintura española esta creada.

El Gaurisankar, cuyo vértice perfora el cielo, y el Chamalari, menos alto pero más colosal, en apariencia, por su aislamiento, son doblemente adorados, como la Gran Diosa unida al Gran Dios. Aquellos hielos son el lecho de cristal y de diamante; aquellas nubes de oro y púrpura son el velo sagrado que los rodea.

Contribuía a conservarle en ella el que de vez en cuando Clementina, por arrancarse quizá momentáneamente a sus afanes y enojos, le escribía una cartita diciéndole: "Hoy a las cuatro", o bien: " por la tarde a la Casa de Campo". Y en estas entrevistas, acometida de súbito capricho, recordando las primeras y gozosas etapas de su amor, se mostraba tierna y cariñosa, le juraba eterna fidelidad. ¡Oh, Dios! ¡qué infinita, qué celestial felicidad experimentaba el joven entomólogo oyendo tales juramentos de aquellos labios adorados!

Enfrente don Víctor, un poco alegre, fingía enamorar a Visitación y recitaba versos de sus poetas adorados y repetía hasta parecer un martillo: ¿Qué delito cometí para odiarme, ingrata fiera? quiera Dios... pero no quiera que te quiero más que a . Por Dios y por las once mil... cállese usted, Quintanar decía la Marquesa.

Aún quedan hoy mismo árboles adorados: el montañés ignora por qué, y no gusta de que le pregunten sobre ello; pero en muchos sitios existen encinas respetadas, rodeadas de vallas por los indígenas, para protegerlas contra los animales y los viajeros errantes.

Las matas y los abrojos se agitan al roce leve de la brisa blanda y breve que acaricia sin sonrojos; y entre los verdes despojos del fondo de la llanura, creo entrever la figura de alguna imagen querida que me mira enternecida con sus adorados ojos.

Arcachón es asimismo muy apacible en medio de sus pinadas resinosas cuyos perfumes vivifican. Sin la mundana invasión de la populosa y rica Burdeos, sin la muchedumbre que afluye y se atropella en ciertas épocas, mucho nos agradaría ocultar allí nuestros adorados enfermos, los tiernos y delicados objetos para quienes tememos el bullicio mundanal.

Era don Bernardino uno de estos jóvenes fatuos, que han frecuentado siempre los vestuarios de los teatros en busca del desinteresado amor de una bailarina, sin encontrarlo jamás, y que acaban por creerse adorados de una especie de desecho del mundo, que les hace pagar el vidrio como si fuera diamante; galanes que se creen hermosos y discretos y valientes, y junto á los cuales no se puede estar un minuto sin sentir desprecio ó cólera.