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No está la principal dificultad en semejantes casos; sino en aquellos en que, por presentarse mas disfrazado, no se conoce el motivo que habrá falseado el juicio. Desgraciadamente, los hombres de elevado talento adolecen muy á menudo del defecto que estamos censurando.

En prueba de que la pereza es un instinto de precaucion contra el sufrimiento que nace del ejercicio de las facultades, se puede observar: . que cuando este ejercicio produce placer, no solo no hay repugnancia á la accion, sino que hay inclinacion hácia ella; . que la repugnancia al trabajo es mas poderosa ántes de empezarle, porque entónces es necesario un esfuerzo para poner en accion los órganos ó miembros; . que la repugnancia es nula cuando desplegado ya el movimiento, no ha trascurrido aun el tiempo suficiente para hacer sentir el cansancio que nace del quebranto de las fuerzas; . que la repugnancia renace, y se aumenta á medida que este quebranto se verifica; . que los mas vivos adolecen mas de este mal porque experimentan ántes al sufrimiento; . que los de índole versátil y lijera, suelen tener el mismo defecto, por la sencilla razon de que á mas del esfuerzo que exige el trabajo, han de menester otro para sujetarse á mismos venciendo su propension á variar del objeto.

Estos suelen ser grandes proyectistas y charlatanes. Otros adolecen del defecto contrario; ven bien, pero poco; el objeto no se les ofrece sino por un lado; si este desaparece, ya no ven nada. Estos se inclinan á ser sentenciosos y aferrados en sus temas. Se parecen á los que no han salido nunca de su país; fuera del horizonte á que estan acostumbrados, se imaginan que no hay mas mundo.

De este defecto adolecen y han adolecido siempre en España los particulares y el Estado. En tiempo de Felipe II, cuando estábamos en la cumbre de la prosperidad, cuando dominábamos y despojábamos tantas regiones, cuando La tierra sus mineros nos rendía, Sus perlas y coral el Océano;

La inspeccion del Palacio de las Artes, por rápida que sea, produce en el extranjero visitante una impression importante, á saber, que la sociedad de Lyon tiene evidentemente gusto por las bellas artes, pero no verdadero gusto artístico ó en las artes, puesto que, en lo general, sus obras públicas adolecen de mediocridad, y sus costumbres no están en armonía con esa distincion exquisita que es el sello característico del arte.

Las composiciones de Calderón, de esta clase, han sido muy famosas desde el principio, y merecen esa reputación bajo todos aspectos, aunque haya de confesarse que el círculo de motivos y de situaciones, en que se mueve, es más estrecho que el de Lope y el de Tirso; son en su especie lo más perfecto que posee el teatro español, pero adolecen también de cierta uniformidad.

El lenguaje es muy escabroso en todas las clases de la sociedad. Demasiado vehemente y libre, reemplaza las delicadezas de la sátira ó del estilo persuasivo con la elocuencia brutal de las interjecciones obscenas. Ademas, los Españoles adolecen de ciertos defectos que neutralizan en gran parte sus bellas cualidades.

El poder creador, que revelan estas poesías, excita en alto grado nuestra sorpresa; y hasta algunos autos, que adolecen de ciertos defectos, ya apuntados, nos admiran también por otras muchas bellezas.

Adviértase, sin embargo, que las noticias sacadas de ellas adolecen, en general, del defecto de presentar las costumbres de España de un modo desfavorable, dejándose arrastrar de preocupaciones nacionales, por lo cual no es de extrañar que rebajen, más bien que enaltezcan, cuanto atañe á los teatros. Decoraciones y tramoyas de los teatros españoles. Trajes.

A este reproche justísimo los aludidos podrían redargüir que los libros de «vulgarización científica» de los naturalistas y de los médicos adolecen del defecto contrario: todos ellos descubren un desconocimiento «práctico» de los hombres y de las cosas, la ignorancia que tienen de la vida esas buenas almas, apacibles y sabias, que maduraron en la austeridad candorosa de los laboratorios y de las bibliotecas; son obras frías, en las que falta ese complejo perfume de vicios, de virtudes, de alegrías ingenuas y también de recóndito dolor, que constituye lo que apropiadamente podríamos llamar «olor á humanidad».