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En cambio, Rosa, que poseía singular aptitud para remedar los gestos y ademanes de cuantas personas veía, una vez que entró en confianza, se puso a imitar los de Andrés con tal gracia y perfección, que pudiera competir con el mejor cómico de Madrid.

Una inesperada aparición cortó la palabra al bandido y movió el rostro del torero con un gesto de contrariedad. ¡Maldita sea! ¡Doña Sol! Pero ¿no le había dado su aviso el Nacional?... El banderillero venía detrás de la dama, y desde la puerta de la cocina hizo varios ademanes de desaliento para indicar al maestro que habían sido inútiles sus ruegos y consejos.

Los vestidos están rotos, en su preciosa cabecita tiene varias heridas, y en su voz y ademanes demuestra el más grande arrepentimiento. No ha querido subir, y yace exánime y sin fuerzas en la escalera. Que entre dijo la de Leiva . La infeliz empieza a expiar su culpa. María, pasó la ocasión del rigor y ha llegado el momento de la benevolencia.

Quedábase el tabernero entre barreras durante la corrida, animando al espada con su presencia y con los ademanes de un grueso garrote que no le abandonaba nunca. Cuando el muchacho descansaba junto a la valla, veía aparecer como un fantasma de terror la cara mofletuda y roja de su padre y la cabeza del grueso palo.

Frisaba en los sesenta años, vestía de negro y era hombre enjuto de carnes y de ademanes ceremoniosos y pausados. En su semblante, cruelmente arrugado por las emociones, había tristeza y dulzura. Al ver á María Ana, que le observaba atenta, el desconocido se inclinó respetuoso. Ya , señorita dijo, que mi nombre no despierta en usted ningún recuerdo. En efecto...

«Las personas que estuvieron presentes decían, y dicen todavía, que no comprendían cómo no había oído los gritos que todas ellas lanzaban, ni visto sus ademanes desesperados. Uno de esos vértigos que sufría en el último año, sería la explicación de lo sucedido, si yo no supiera... »Lo embargaba una mortal tristeza.

Daba vueltas a unas mismas ideas, vulgarísimas todas, supliendo la fuerza y el peso de que carecían con lo vivo y exagerado de los ademanes. Raimundo no la escuchaba. Al cabo de unos momentos se levantó bruscamente, se enjugó las lágrimas y salió de la estancia sin decir palabra. Clementina le miró alejarse con sorpresa. Te aguardo le gritó cuando ya estaba en el pasillo.

Y con ademanes descompuestos, golpeándose el pecho, hablaba de sus convicciones.

O cuando, ciertos domingos, las demás niñas iban a casa de alguna conocida a pasar la tarde, doña Andrea se entraba sola en la habitación, con Leonor de la mano, y allí a la sombra de aquellos tomos, sentada en el sillón en que murió su marido, se abandonaba a conversaciones mentales, que parecían hacerle gran bien, porque salía de ellas en un estado de silenciosa majestad, y como más clara de rostro y levantada de estatura; de tal modo que las hijas cuando volvían de su visita, conocían siempre, por la mayor blandura en los ademanes, y expresión de dolorosa felicidad de su rostro, si doña Andrea había estado en el cuarto de los libros.

Sus ademanes eran exquisitos, su voz suave parecía implorar perdón á cada palabra, como si se dirigiese á un grupo de damas ofreciéndoles los géneros de última novedad. Pero esta impresión sólo duró un momento.