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Pero pacífica, honesta, reposada, sin palabras libres, ni ademanes audaces, que asustasen a las espectadoras, muchachas que habían oído hablar en sus pueblos del terrible don Luis, y al verle de cerca perdían sus prevenciones, reconociendo que no era tan malo como su fama.

Mas cosas les por mis oidos, Que un poco de su lengua ya entendia, Gritaban, daban voces, alaridos, Con su grita la tierra estremecia. Cual indio la perneta, cual fingidos Motines y ademanes, cual hacia Que cae en tierra triste y desmayado, Y en un punto veréisle levantado.

Porque de cuantas damas vio aquel día, ninguna le pareció a Fortunata tan señora como la de Santa Cruz, ninguna tenía tan impresa en el rostro y en los ademanes la decencia. De modo que si le propusieran a la prójima, en aquel momento, transmigrar al cuerpo de otra persona, sin vacilar y a ojos cerrados habría dicho que quería ser Jacinta.

Es la última carta de su hijo, enviada desde las trincheras. Conozco igualmente la historia del muerto: un mozo esbelto, de rubio bigote y finos ademanes, que atraía las miradas de las viajeras solas, haciéndolas reconocer la injusticia de la suerte, que reparte sus bienes sobre la tierra con escandalosa desigualdad.

Este apodo primaveral se difundió inmediatamente por el país, y todos llamaron así á la hija del dueño de la estancia de Rojas; pero su verdadero nombre era Celinda. Tenía diez y siete años, y aunque su estatura parecía inferior á la correspondiente á su edad, llamaba la atención por sus ágiles miembros y la energía de sus ademanes.

Mariana se complacía mucho en oir leer. De modo que, por este lado, marchaba bien el matrimonio. Léelo, hombre.... Creo que a Pepe y Ramón no les molestará dijo aquélla. Castro hizo un leve signo de aquiescencia, Ramoncito se apresuró a manifestar con ademanes extremosos que tendrían un gran placer ... que él era muy aficionado a los bellos capítulos, etc. ¡Pocas gracias!

De allí á poco encontramos una canoa con sólo un indio, mozo bien dispuesto y de fuerzas, de nación Mbiritiy, que sin ningún temor se llegó á la barca; hicímosle mil caricias, y aunque ni él entendía nuestra lengua ni nosotros la suya, con todo eso, con señas y ademanes nos dió á entender que su Ranchería distaba de allí dos ó tres jornadas de camino.

Los dos hombres conversaron, mientras continuaba el baile. Don Roque empezó á fumar un gran cigarro, ofrecido por el gaucho con ademanes de gran señor. Hay quien asegura dijo en voz baja que eres el que robó la semana pasada tres novillos en la estancia de Pozo Verde.

Mientras tanto, el sacerdote, que había llegado con don Pablo, parecía huir también de las voces y ademanes descompuestos con que éste acompañaba sus órdenes, y agarraba suavemente al señor Fermín, ponderando el hermoso espectáculo que ofrecían las viñas. ¡Cuan grande es la providencia de Dios! ¡Y qué cosas tan hermosas crea! ¿No es cierto, buen amigo?... El capataz conocía al sacerdote.

Al principio su misma frescura me desalentaba algún tanto, porque llegué a temer que en aquel combate a muerte no hubiera más ardimientos que los míos, y que terminara por ir a clavarme yo, como una tonta, en la punta de su espada; pero bien luego observé que me engañaba, cuando vi reflejada en sus ojos, en su voz, en cada uno de sus ademanes, la elocuencia fascinadora del lenguaje que no se habla ni se escribe, pero que se deja leer y penetrar hasta lo más hondo de su sentido.