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Disputaron con ademanes y pasos atrás acerca de quién dejaba a quién la acera; venció al fin Bonis, que insistió más, y cuya humildad era muchísimo más cierta que la del médico. Por el camino éste siguió enterándose, por que lo creyó de su deber, y Bonis siguió diciendo nada entre dos platos. Por lo demás, Aguado se sabía de memoria a doña Emma Valcárcel.

Las conocía por el aire de suficiencia que respiraban, por la majestad, que como un perfume se exhalaba de sus personas, y por el amaneramiento de todos sus gestos y ademanes.

Al verla hoy dirigirse á tan cariñosa y risueña, me dió un vuelco el corazón; se me cortó la voz: seguramente me puse pálido. Nunca me ha pasado esto con Carmen. Á los ocho días de tratarla ya me la sabía de memoria y predecía todas sus respuestas y ademanes. ¡Pobre Carmen, qué mal le pago el amor que me tiene! Pero ella, ó el diablo por ella, se empeña en quitarme las ilusiones.

Los ademanes muelles y la languidez melancólica con que este exordio fue acompañado, persuadieron al viejo duque, mucho más que las palabras, y casi no dudó de que había insultado a su bienhechora. Yo comprendo continuó , que usted no puede tener mucha estimación por . Usted me compadecería, no obstante, porque usted tiene un noble corazón, si conociese la historia de mi vida.

A la vieja le fué antipática por sus ademanes varoniles, por la mirada altiva con que la midió de pies á cabeza y por su voz áspera. Buena mujer, si es para pedir un socorro á la señora, venga otro día. La señora no está. Balbuceó la vieja de indignación.

Canterac, que encontraba ridicula esta conversación, hizo ademanes de impaciencia y murmuró protestas para reanudar la marcha; pero ella no quiso escucharle y continuó hablando al gaucho con sonriente interés. Dicen de usted cosas terribles. ¿Son verdaderamente ciertas?... ¿Cuántas muertes lleva usted hechas?

Al cabo de unos momentos fué ella quien acercando su rostro al del banquero le preguntó discretamente: ¿Qué compro? Amortizable respondió el famoso millonario con igual reserva. Entraban a la sazón un caballero y una dama, ambos jovencitos, menudos, sonrientes, y vivos en sus ademanes. Aquí están mis hijos dijo Pepa. Era un matrimonio grato de ver.

Y el pobre octogenario, con su arrugado rostro de una palidez de marfil, tembloroso y flácido, sin el bastón-muleta que le ayudaba ordinariamente en su marcha, los ojos inyectados de sangre y los ademanes descompuestos, parecía un pobre loco.

La pregunta, aunque inocente, causa honda perturbación en el espíritu del capellán, a juzgar por la serie de muecas y ademanes descompuestos a que se entrega antes de pronunciar una palabra. ¿Quién? ¿Yo?... ¡Parece mentira que un amigo y un compañero me diga cosa semejante! Y dió la vuelta muy conmovido y se llevó el pañuelo a los ojos, de donde brotaban algunas lágrimas.

Las más insignificantes particularidades de su traje o de sus ademanes, el aroma exótico de que se perfumaba y que me habría hecho reconocerla a ojos cerrados, hasta los colores que había adoptado últimamente, el azul que le estaba tan bien y que tanto hacía resaltar la nítida blancura de su tez.