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Se le acusa a usted de servir de intermediaria en la correspondencia entre el marqués de Revollar, ministro y consejero del Pretendiente, y el cabecilla don César Pardo, desterrado hace poco tiempo, por virtud de sentencia firme del Consejo de guerra, reunido en catorce de marzo.

Las circunstancias son, sin embargo, muy difíciles y escabrosas y me obligan a refrenar mi enojo y a hablar aún con usted de asuntos importantes. Dice mamá que la vizcondesa y otras muchas damas son cómplices e instigadoras de un amor en que ella ni soñaba. El general, dirigiéndose a en latín, y diciéndome tu quoque, filia, me acusa también de complicidad y de provocación al delito.

En un altercado nocturno en las calles, al cual acorre su padre, se olvida de tal modo del respeto que le debe, que se atreve á ponerle la mano encima. Rebosa ya la medida de su culpa, y el mismo padre acusa á su hijo desnaturalizado ante el tribunal del Rey.

, se ve la buena voluntad... Observad qué armoniosa es toda su persona. La mirada, la sonrisa, la voz, el gesto, todo respira el contento. ¿Y la señorita Roubinet? prosiguió Genoveva. ¿Creéis que no acusa una satisfacción perfecta? respondí, pero no es lo mismo. La Roubinet finge la satisfacción de cabeza y la Fontane posee la de corazón.

De aquí que el honor, según estos, nunca pueda perderse, y se ofenda con razón el embustero porque le digan que miente, y el ratero pida una satisfacción al que le acusa de robo, y el presidiario que arrastra una cadena pueda llevar al campo del honor al juez que se la ha impuesto.

A menudo el Sr. Taylor nos acusa en su libro de orgullosos. Yo no creo que lo somos ni que lo hemos sido nunca; mas no por eso nuestra humildad ha de llegar hasta el extremo de resignarnos á creer que el objeto que más nos caracteriza y distingue de las otras naciones del mundo es la castañeta.

7 Don Diego de Noche, de D. Francisco de Rojas. 8 La morica Garrida, de Juan Bautista de Villegas. 9 Cumplir dos obligaciones, de Luis Vélez de Guevara. 10 La misma conciencia acusa, de D. Agustín Moreto. 11 El monstruo de la fortuna, de tres ingenios. 12 La fuerza de la ley, de D. Agustín Moreto. 1 Darlo todo y no dar nada, de D. Pedro Calderón. 2 Los empeños de seis horas, de D. Pedro Calderón.

De la bandera que saluda en lo alto de un trinquete á la que flamea en lo elevado de un muro, encuentro la misma diferencia que en el pañuelo que absorbe una lágrima al que reprime una sonrisa. El muro acusa confianza, su enseña define una patria; la nave indica un peligro, su bandera constantemente escribe en sus pliegues un desconsolador adiós de despedida.

Camacho clamaba: Tal fama de rico me distéis al describir mis bodas, que no hay en veinte leguas a la redonda pobre que no me pida... Y si le doy mucho, no me lo aprecia; si poco, se retira descontento; si nada, me acusa de tacañería y maldad... ¡Flaco servicio os debo, señor de Cervantes!

Y una voz interior severa y algo pedantesca gritaba después de todo aquello: «Pero entendámonos, aunque don Carlos tuviera razón, aunque Dios sea más grande, más bueno que todo lo que pudieran decir y pensar los libros de los hombres, no por eso perdona los pecados de que la conciencia acusa a todos. Don Álvaro estará prohibido, sea Dios como sea. El mal es el mal de todas suertes.