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Belisardo la acusa, en efecto, dándose traza de presentar al Rey, bajo un punto de vista desfavorable á la Reina, las atenciones que ella demuestra al Duque á causa de su mérito. Ordénase, pues, la celebración de un duelo para que la justicia de Dios decida de la culpa ó de la inocencia de la Reina.
Y en cambio reclamaré que se me enseñe el escrito en que me acusa. Escuche usted. No quiero olvidar que he sido su amiga. Más le vale á usted confesar francamente lo que tiene que reprocharse, que insistir en negar contra toda evidencia. Se pierde usted, se lo juro... Esa mujer no miente cuando se acusa... Ni Tragomer, ni Marenval, ni Freneuse mienten...
¡Ah! ¡Confiesa usted!... fue lo único que pudo decir en el primer momento de confusión, sin poner mientes en la oportunidad de la pregunta; pero en seguida, dominándose: ¿Usted también confiesa? repitió, manteniendo el artificio que tan buen resultado le había producido. ¿A quién debo creer ahora? ¿Compiten los dos en generosidad hasta ese punto? ¿Cada uno se acusa para salvar al otro? ¡Noble competencia!
Le pregunto si se acusa de alguna falta y dice que eso no. ¿Pues entonces? y sin embargo, dale que dale. En fin, yo no sirvo para estas cosas. A usted se la entrego. Ella, en cuanto le indiqué la conveniencia de confesar con usted aceptó, comprendiendo que yo no daba más de mí. No doy, no.
Y la creo, no solamente por el valor con que se acusa de otras cosas bien graves, sino porque había en su naturaleza un componente pudoroso que la impedía ser grosera: y hasta como pecadora, lo fue sin el aguijón del apetito; y por eso quiere que se la tache por lujo de pecar, pero no por lujosa en el pecado.
Palabra del Dia
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