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Pero observé al cabo de pocos días que, aunque tomaba y soltaba con indiferencia distintos trozos de ópera y zarzuela deshaciéndolos y pulverizándolos entre resoplidos y gruñidos, el pasaje que con más ardor acometía y más a menudo, era uno de Los Puritanos; me parece que pertenecía al aria de barítono en el primer acto.

Queda siempre en el fondo del alma una luz que se amortigua, mas no se apaga; y el que brille mas ó ménos en las ocasiones criticas, depende en buena parte del hábito de atender á ella, de reflexionar sobre nuestra situacion, de saber dudar de nuestra aptitud para pensar bien en el acto, de no tomar los chispazos de nuestro corazon por luz suficiente para guiarnos, y de considerar que no son propios sino para deslumbrarnos.

Si ella había comprendido que, al quererla suya, pensaba rescatarla, llevar a cabo un acto generoso, ¿habría resistido y se había dado la muerte, no por fidelidad a Zakunine, sino por la desesperada certidumbre de una desinteligencia fatal a ese nuevo amor? Y muerta ya para él, ¿cómo pretendía juzgarla aún?

Y él en vez de apresarle, lo había espantado para siempre con un acto villano, con una despedida cruel, cuyo recuerdo le avergonzaba. Coronado del azahar de los huertos, el amor había pasado ante él, cantando el himno de la juventud loca, sin escrúpulos ni ambiciones, invitándole a ir tras sus pasos, y él le había contestado con una pedrada en las espaldas. Ya no volvería a pasar, lo presentía.

Al cabo de quince días volvió a presentarse a Pepe; pero éste halló entonces el acto primero un poco lánguido y le aconsejó que a todo trance le diera más movimiento y lo acortase un poquito.

Asi no discutiremos la bondad y justicia del tratado de Paris; no demostraremos tampoco que la compra-venta de Colonias, practicada por las naciones civilizadas como un acto lícito, es, como continuacion al por mayor del antiguo tr

Trabuco se propuso redoblar su atención, observar mucho y ser una tumba, callar como un muerto. «¡Pero aquello era grave, muy grave!». Y la envidia se lo comía. Empezó el segundo acto y D. Álvaro notó que por aquella noche tenía un poderoso rival: el drama.

ELECTRA. ¿Pues sabe usted que creo que todavía me duelen...? Pero vamos al caso. Advierto a usted, Electra, que esto es reservadísimo. Queda entre los dos. ELECTRA. ¡Oh! me da usted miedo, Don Leonardo. CUESTA. No es para asustarse. Vea usted en un amigo, el mejor de los amigos; vea en este acto el interés más puro, el sentimiento más elevado... , : no dudo... pero...

¡Yo! exclamó ella con el acento de la dignidad ofendida ; ¡pero estás loco! Yo no tengo devaneos más que contigo... ¿De cuánto tiempo puedes disponer? De todo el que quieras. Podrías tener un disgusto en tu casa. Es verdad... pero ¿y qué? Y en el acto se acordó de las amonestaciones de Feijoo. Claro; no había necesidad de descomponerse, ni de faltar a la religión de las apariencias.

Estuve en el acto a su lado tratando de consolarla, pero pronto me di cuenta de la impresión profunda de horror y espanto que habían producido en ella esas palabras escritas por su padre. Su dolor era inmenso; todo su ser estaba embargado por una pena inconsolable.