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Entonces acometiole de pronto la sospecha de que se hubiese fugado con el dinero. Apenas nacida esta sospecha se fue enseñoreando rápidamente de su espíritu. Samper no era rico y treinta mil pesetas pudieran haberle seducido. Aguardó todavía algún tiempo y al cabo se lanzó a la calle dirigiéndose a paso largo hacia la casa de huéspedes en que aquél habitaba.

Aturdiose más y más Cervantes, más y más se acongojó, más y más el miedo de la justicia de Dios acometiole, y trémulo, y cobarde, hacia el aposento que había dejado tornose. En aquel punto oyose una puerta que violentamente se abría. El perro continuaba ladrando, y de improviso una mano helada asió una mano de Cervantes, y llevósele. Pero lo que aconteció requiere capítulo aparte.

Acometióle un deseo penetrante de cambiar con Raimundo, a solas, algunas tiernas palabras de cariño, algunas caricias fugitivas. Y buscóle con los ojos entre la muchedumbre. Raimundo había vagado toda la noche por los salones casi siempre solo. Había esperado el baile con deseo pueril, prometiéndose vivos e ignorados placeres.

Al pasar junto al balneario de Cestona acometióle otro ligero desvanecimiento, y Leopoldina Pastor, que unía siempre algún rasgo de locura a los impulsos de su corazón, realmente bueno y compasivo, empeñóse en hacerle beber un par de vasitos de aquellas famosas aguas medicinales.

Acometióle una negra melancolía, y no fué ni á la ópera á la moda, ni á las demas diversiones del carnaval, ni hubo dama que le causara la mas leve tentacion.

Todo el mundo estaba pendiente de su sonrisa, de sus gestos, de su apetito y no se escatimaban los medios de divertirla y aun aturdirla. Así transcurrió un año. Al cabo, aquella vida, más que agitada, febril, agotó sus nervios. Acometiole un decaimiento físico y moral que en vano trataron de combatir los que a la continua la rodeaban. El primero que sintió los efectos de este desmayo fue Núñez.

En una época de duda, de tristes desengaños como la nuestra se le debe exigir al poeta que remueva nuestra alma con las ideas más caras y tentadoras, que eche alguna vez la sonda en los grandes misterios que a todos nos fascinan... Acometiole tedio y tristeza.

La indignación en que rebosaba su alma le hizo ver en ellos, por arte mágico, no una asamblea de seres humanos, sino una piara de animales inmundos. Acometióle un asco invencible y un sentimiento vivo y enérgico de la superioridad de su persona. Ninguna de aquellas almas pequeñas podía gozar el privilegio de ofenderle. De buena gana les hubiera escupido á todos en la cara.

María sintió miedo y tristeza. Se acordó de sus pecados y pensó con horror que podía morir de repente y condenarse. Entonces hizo solemne promesa interior de enmendarse. Pero ¿cómo? Para cambiar de vida era preciso romper el lazo que más la ataba a la tierra y al pecado. Acometiole una turbación profunda, preñada de lágrimas, que no pudo verter.

Acometiole un deseo vivo de escuchar su plática, y sin reflexionar sobre el peligro que corría, fuese acercando poco a poco al seto, doblando el cuerpo para no ser vista. Buscó el paraje más sombrío y seguro, y escuchó. Sólo se les oía cuando cruzaban cerca. En cuanto se alejaban unos cuantos pasos no se percibía palabra alguna.