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Sobre el terreno de las operaciones los regimientos se achicaban hasta convertirse en partidas; los miles de combatientes bajaban á ser centenares; y los caballos, que debían estar próximos á morir de un reventón, según las montañas de forraje que llevaban consumidas a juzgar por las cuentas pagadas por el Ministerio de la Guerra , eran escuálidos jamelgos que pastaban en los campos de los particulares, alimentándose á la ventura con lo que podían encontrar.

Si en nuestro átomo había surgido la vida, forzosamente existía también en los otros cuerpos celestes, aunque fuese con distintas formas. En algunos planetas se habría extinguido ya; en otros estaría por nacer; pero seguramente aquellos millones de mundos habían tenido o tenían una vida. Las religiones, queriendo explicar el origen del mundo, palidecían y se achicaban ante la inmensidad.

Los poderes históricos se achicaban y humillaban ante el capital. Los reyes de los pueblos, soberbios como semidioses sobre sus caballos de guerra, cubiertos de plumas y bordados y llevando tras ellos grandes ejércitos, tenían que mendigar en sus apuros á los capitalistas ocultos en sus escritorios.

Resultaban de más fácil manejo, hombres y mujeres, que la demás gente de la gañanía. Con ellos no había que temer rebeliones, huelgas, ni amenazas. Eran pedigüeños y un tanto ladrones, pero se achicaban ante los gestos amenazadores, con la docilidad de una raza perseguida. Rafael sólo había visto a los gitanos trabajar la tierra en aquella parte de Andalucía.

No pudiendo ya contener mi intranquilidad, me revolvía en las sábanas, me sentaba, fumaba, encendía y apagaba la luz... Cuando la encendía, no vislumbraba más que sombras... Cuando la apagaba, en la obscuridad más completa, veía unos vagos arabescos, como de humo, que se agrandaban y achicaban, subiendo y bajando en el aire. En mi cabeza penetró, poco a poco, el clavo ardiendo de una idea fija.

¿Qué decía usted, querido profesor? preguntó Edwin con la expresión de un hombre que despierta. Estas palabras aumentaron las risas en el doctorado joven. Algunos universitarios se encogían y achicaban para lanzar carcajadas con toda libertad al amparo de las espaldas de sus vecinos. Querían aprovechar la ocasión para reirse sin peligro del temible Momaren.