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Lo que la Santa escribe como quien cuenta una peregrinación misteriosa, lo que refiere como refiere el viajero lo que ha visto, cuando vuelve de su viaje, no ganaría, a mi ver, reducido a un orden dialéctico: antes perdería; pero sería, sin duda, provechoso que persona hábil acertase a hacer este estudio para probar que hay una filosofía de Santa Teresa.

Altisidora -en la opinión de don Quijote, vuelta de muerte a vida-, siguiendo el humor de sus señores, coronada con la misma guirnalda que en el túmulo tenía, y vestida una tunicela de tafetán blanco, sembrada de flores de oro, y sueltos los cabellos por las espaldas, arrimada a un báculo de negro y finísimo ébano, entró en el aposento de don Quijote, con cuya presencia turbado y confuso, se encogió y cubrió casi todo con las sábanas y colchas de la cama, muda la lengua, sin que acertase a hacerle cortesía ninguna.

Tenía talento, estaba obligada a cultivarle; era bella y fuerte, necesitaba conservar su fuerza y su hermosura; había recibido un nombre ilustre, y, ya que no acertase a ilustrarle más, no debía mancharle. Aunque ella se considerara igual por naturaleza a los demás seres humanos, los juzgaba a todos marchando en busca de mayor bien y de superior altura más luminosa y serena.

Aunque me he criado al lado de mi tío y en el Seminario, donde no he visto mujeres, no me crea Vd. tan ignorante ni tan pobre de imaginación que no acertase a representármelas en la mente todo lo bellas, todo lo seductoras que pueden ser. Mi imaginación, por el contrario, sobrepujaba a la realidad en todo eso.

Quatro dias despues habia de volver con las mismas armas, y acertar las adivinanzas que propusiesen los magos; y si no las acertase, no habia de ser rey, mas se habian de volver á correr lanzas, hasta que se diese con un hombre que saliese con victoria en ámbas pruebas; porque estaban resueltos á no reconocer por rey á quien no fuese el mas valiente y mas discreto.

Aunque era inglés y no hablaba la lengua francesa muy de corrido, yo no he visto ni oído nunca a nadie más fresco, circunspecto y reposado en su hablar, ni que acertase a decir mayores crudezas y enormidades, sin descomponerse y sin manifestar en la forma y combinación de sus palabras nada de shocking ni de feo.

Pero cuando dio más claras muestras de su talento portentoso y de los vastos conocimientos que había logrado adquirir en aquel ramo del saber, fue al proponer que la señorita a quien acertase lo que tenía en el bolsillo quedase obligada a darle un beso. Tal seguridad tenían todas de que nada conseguiría, que no vacilaron en aceptar la proposición.

Cuando pasaba se veían un punto sus pómulos encendidos, sus ojos vagos y extraviados, su boca pálida, abierta para respirar mejor, su garganta espasmodizada, rígida; mas no tardaba ni medio segundo en presentarse la asustada faz de Borrén, que se dejaba arrastrar sin que acertase a decir más palabra que «por Dios... por Dios...» con no fingida congoja.

De allí a pocos días partió Lázaro, y aunque alentado por sus esperanzas no dejó de darle mucho en qué pensar la visible contradicción existente entre los discretos consejos que acababa de escuchar y, la vida no muy austera de su tío, sin que acertase a comprender cómo siendo bueno lo que aconsejaba, no era completamente idéntico lo que practicaba.

Y como parte de los criados, en tanto que se trababa la formidable pelea, hubiesen acudido a los balcones, dando voces llamando a la justicia y pidiendo socorro a los vecinos, y algunos de ellos la puerta principal de la casa hubiesen abierto y a la calle salídose, y acertase a pasar por allí un alcalde con su ronda, entrose en la casa la justicia, subiendo atropellada por las escaleras, y acudiendo donde la pelea continuaba empeñada.