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Era moreno de rostro, viva la mirada, tan abundoso el pelo, que acaso sea peluca, de gentil talle, galán y airoso, con esa hermosura masculina, que consiste antes en la simpática expresión de la fisonomía y natural elegancia de la persona que en la corrección de las líneas: tipo muy de su tierra que pudiera aceptarse como la personificación del caballero español de su tiempo.

No pudiendo legitimar la madre, porque a ello se oponen las leyes; no pudiendo aceptarse la fórmula del subsiguiente matrimonio, ni conviniendo tampoco la adopción, por no dar esto derecho a la herencia del mayorazgo, se acordó lo que voy a decir a usted, y que sin duda le llenará de admiración.

Ellos eran los que les habían tenido en la ignorancia durante siglos, haciéndoles ver que el pobre carece de otro derecho que el de la limosna, inculcándoles un respeto supersticioso para el potentado, obligándoles á creer que deben aceptarse como dones celestes las miserias terrenas, pues sirven para entrar en el cielo.

El primer día «crea la luz» y el cuarto el sol y las estrellas. ¿De dónde salía, pues, la luz si aún no se había creado el sol? ¿Es que hay distinción entre una y otro...? Parece imposible que hayan podido aceptarse tales absurdos durante siglos. Los oyentes movían la cabeza en señal de asentimiento. El absurdo les aparecía palpable, como siempre que hablaba Gabriel.

Si usted confiesa esos defectos en su sociedad, repuso Isagani, ¿por qué entonces meterse á arreglar sociedades agenas en vez de ocuparse antes de misma? Vamos alejándonos de nuestra cuestion, joven; la teoría de los hechos consumados debe aceptarse...

De no aceptarse al novio, se le entrega el importe del servicio, el cual se le carga en cuenta al nuevo pretendiente que tenga la dalaga, de modo que el pamimianan no es ni más ni menos que un préstamo que se hace al padre, con la garantía de la hija.

Puedo asegurar que no sentí ningun frio á pesar de aquella temperatura, las emociones me mantuvieron el calor: nada mas portentoso que semejante viaje; pueden con gusto aceptarse los riesgos que se corren, á trueque de verlo una vez.

Y sin embargo... ¡quién sabe!, la riqueza no es la dicha, no lo ha sido nunca; cuando más, puede aceptarse como un medio para afirmarla... Tal vez ni aun esto era cierto. Recordaba la wagneriana leyenda del anillo del Nibelungo, el milagroso oro del Rhin, símbolo del poder mundial.

Seguramente era esta una clase de vida que no podía llevarse con impunidad por mucho tiempo; de lo contrario, me habría convertido, de un modo permanente, en algo distinto de lo que siempre había sido, sin transformarme tampoco en algo que valiera la pena de aceptarse.