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Decid... ¿si él me ama y me considera digna de él, será justo que me haga expiar tan duramente mi fortuna?... Decid... ¿no debe aceptar ser mi marido? Juan dijo gravemente el anciano sacerdote, ¡ su esposo... es tu deber... y será tu felicidad! Juan se acercó a Bettina, la tomó en sus brazos y posó en su frente un primer beso.

No lo había dicho, cuando Florentina ofreció a Marianela el jicarón con todo lo demás que en la mesa había. Resistíase a aceptar el convite; mas con tanta bondad y con tan graciosa llaneza insistió la señorita de Penáguilas, que no hubo más que decir.

Cuando la señora Marquesa guste, le haré la entrega y se enterará de todo por menudo. Señor D. Gregorio, ya V. sabrá que estoy casada. Aguardaremos a que venga mi marido para aceptar la herencia.

En el curso de su recíproca conversación sugirió la vizcondesa a Beatriz una idea que ésta no titubeó en aceptar, y que le fue fácil imponer a Fabrice.

Al expirar el plazo, cuyo término caía en lunes, don Juan recibió respuesta con estas palabras, de mano de Cristeta: «Estoy malucha, y además no puedo ni debo aceptar eso que propones; el domingo que biene toma un palco alto, para por la tarde, en cualquier teatro, y enbiamelo: de otro modo, nada. ¡Qué semana!

No fue con mala intención... Las damas, que no entendían palabra y sólo sabían beber y sonreír, se dignaban tomar el brazo de un amigo para dar un paseo misterioso y poético por la última cubierta o por los pasillos de los camarotes, volviendo algo después para aceptar nuevas invitaciones... Le digo que fue una fiesta honrada y distinguida. Ojeda sonrió incrédulamente.

La nobleza intentó nombrarlo diputado en los Estados generales, pero su delicada salud le impidió aceptar. Los republicanos también deseaban que fuese miembro de la Convención, pero tampoco aceptó.

Los fieles deben aceptar como verdaderas las afirmaciones que salen de boca de sus sacerdotes, de suerte que tales propagandas fomentan en el más alto grado el sentimiento contra un gobierno acusado de fomentar la criminalidad en sus escuelas.

Mi última entrevista con el señor Laubepin fué penosa: he consagrado á este anciano los sentimientos de un hijo. En seguida, fué preciso decir adiós á Elena. Para hacerla comprender la necesidad en que me hallo de aceptar un empleo, fué indispensable dejarle entrever una parte de la verdad. Hablé de dificultades pasajeras de fortuna.

Aquel hombre venía por ella, y su padre era el primero en aceptar este deseo. ¡Cosa hecha!... Era un Febrer, y ella iba a decirle «». Recordó sus años infantiles en el colegio, rodeada de niñas más pobres que aprovechaban todas las ocasiones para molestarla, por envidia a su riqueza y por un odio aprendido de sus padres. Era la chueta.