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El roce forzoso con Xuantipa Belarmino lo había aceptado como una disciplina de perfección. Xuantipa había arañado y cortado y pinchado desde el principio; pero en fuerza de frotar, arañar, cortar y pinchar, a Belarmino le parecía el roce más blando cada vez, y sentía ya el alma redonda, suave y como lubrificada al contacto con su áspera cónyuge.

No obstante los desengaños, los dolores, los ultrajes sufridos por ella, debía permanecer fiel a aquel que había aceptado como compañero de su vida. ¿Acaso las faltas del marido, por extremadas que sean, autorizan a la esposa desgraciada a buscar la felicidad con otros hombres?

La jovencita, leyendo en el alma de su padre como en la suya propia, comprendiendo su secreta inclinación, segura del afecto del Conde, debía haber sufrido, por esas dos personas queridas, y también algo por misma, ante la idea de que su intimidad de tantos años, pudiera concluir un día, y por lo tanto había aceptado el partido que iba a hacer imperecedera esa relación: no conocía a otros hombres, todavía no sabía establecer las diferencias entre un amor y otro amor, y había consentido.

Me afeó el préstamo aceptado de Lea y puso cuanto tenía á mi disposición, pero no era bastante para sacarme del apuro. Se ofreció amistosamente á servirme de intermediario para anunciar á Lea mi viaje y me hizo observar que acaso fuese peligroso enterarla del país á que me dirigía. Me acompañó á mi casa, me ayudó á terminar mis preparativos y me acompañó á la estación.

Llenos nosotros de humilde abatimiento, hemos aceptado por lo pronto la sentencia sin protestar ni apelar. La opinión de que no nos da el naipe para filósofos ha prevalecido entre la generalidad de nuestra gente letrada.

Ya aceptado, me enseñó la cámara que había de ocupar cerca de la suya. Me hizo observar que las dos estaban blindadas y tenían las ventanas con rejas. No voy a contar las peripecias de mis viajes; fueron, poco más o menos, las mismas de todos los que se lanzan al mar a buscar aventuras. El capitán Zaldumbide me trataba con mucha atención.

A él lo había aceptado como yerno porque era de su gusto, modesto, honrado y... serio. ¡Pero ese pedigrée cantor, con todas sus soberbias!... ¡Un hombre que él había sacado... no quería decir de dónde! Y el francés, tan enterado como él de sus primeras relaciones con Karl, fingió no entenderle. Como el alemán había huído, el estanciero acabó por dejarse empujar hasta su casa.

¡Señor! gritó. ¿Ha aceptado usted mi hospitalidad para venir a envenenarme la casa?... ¿No sabe usted que ese nombre maldito no debe pronunciarse aquí? ¿No sabe usted que yo maldigo a ese bribón hasta en su tumba? ¿que maldigo a su progenitura, que maldigo a todos los que...? No pudo continuar; se ahogaba, y le acometió un violento acceso de tos.

Únicamente se habían aceptado los adelantos del progreso mecánico, como una arma de combate contra el enemigo, contra el trabajador. En los cortijos no existía otro utensilio moderno que las trilladoras. Eran la artillería gruesa de la gran propiedad.

¿Vas a ese baile, Magdalena? me preguntó Petra. Magdalena no sale más que en la intimidad respondió la abuela. Una huérfana no está en su lugar en reuniones muy numerosas. Pero es un baile blanco observó la de Brenay. , lo ; pero es todavía demasiado mundano para Magdalena. ¿Y usted ha aceptado? preguntó la abuela a la de Brenay.