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Nadie quiere penar; todos creen merecer. Ninguno acepta su misión fatal e ineludible, ni se resigna a cumplirla. Imaginan que la vida debe ser la felicidad, cuando es sólo ocasión de conseguirla. Es que yo no soy el Destino ciego, sino la Providencia bondadosa. ¡Felices! ¿Por qué no han de serlo? En verdad te digo que el hombre no comprenderá nunca la majestad del dolor.

Calla, para no decir algo que el príncipe no debe escuchar de su boca; acepta como un bien el silencio de asombro que se interpone entre él y Lubimoff; teme que éste salga de la estupefacción en que le ha sumido su noticia. Como desea alejarse, propone algo que le parece un remedio. ¿Quiere Su Alteza que lo llame? Seguramente vendrá. Tal vez hablando los dos...

No proclamo con esto el cenobio, el enclaustramiento; pero cierto recogimiento que sólo se acepta con gusto cuando conocemos bien la sociedad y todo el tejido de menudas pasiones que en ella bullen y se agitan. Yo me casé a los 25 años.

Señores gritó con voz cascada el Marqués, un poco de sosiego. Galarza, no tiene usted derecho a irritarse. Creo que en el momento que acepta el duelo, hace bastante y atenúa por completo el sentido de sus palabras, hijas de la irritación natural en que se encuentra... Gonzalo estuvo por dejar caer la mesa, que tenía delante, sobre el necio conciliador.

Si, como sospecho, es Pepita Jiménez la que ha consultado al señor vicario sobre estas dudas y tribulaciones, me parece que mi padre no puede lisonjearse todavía de ser muy querido; pero si el vicario acierta a darla mi consejo, y ella le acepta y pone en práctica, o vendrá a hacerse una María de Ágreda o cosa por el estilo, o lo que es más probable, dejará a un lado misticismos y desvíos, y se conformará y contentará con aceptar la mano y el corazón de mi padre, que en nada es inferior a ella.

El almacenero acepta complacido la comisión, y al otro día le informa que la alhaja es riquísima y que puede valer como mínimum seiscientos pesos.

En cambio, si los da ahora por recibidos y acepta el pagaré que yo le firme, dentro de medio año o antes, y esto es tan claro como el sol que nos alumbra, recuperará sus ocho mil reales y además los intereses que me ponga por ellos, porque yo no quiero que me los adelante por mi linda cara.

Emma resuelve la situación rindiéndose al amor del banquero Letorneur, viejo y rico, quien, amén de pagar los cincuenta mil francos que salvarán á Farjolle, ofrece á Emma un regalo de doscientos mil francos, y ella acepta, y el esposo perdona y se aplaca, porque aquella cantidad les asegura de una vez para siempre un porvenir sin luchas.

De modo que estoy lucida... Después del señor Desmaroy, el señor de Baurepois... De Escila a Caribdis... ¡Qué agradable situación la de una joven casadera!... 16 de diciembre. La abuela acepta difícilmente mi negativa respecto del señor de Baurepois, dice que me porto como un chorlito y lamenta mi deplorable obstinación.

¿Y qué importa? yo me he guardado muy bien de amar. Pero... lo que yo quería está ya conseguido: eres toda una dama... , es verdad, soy directora de un colegio, y salgo todos los días a dar lecciones de lenguas. Pero y bien... este siglo no mira más que las apariencias: acepta un dote cuantioso; cierra el colegio... ¡Ah! ¡Es que quiere usted comprarme un marido!