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Mi maestro Lamprecht dijo Hartrott ha hecho el retrato de su grandeza. Es la tradición y el porvenir, el orden y la audacia. Tiene la convicción de que representa la monarquía por la gracia de Dios, lo mismo que su abuelo. Pero su inteligencia viva y brillante reconoce y acepta las novedades modernas.

Cuando un hombre acepta de otro esta clase de servicios, es ya casi un amigo, y cuando un hombre es amigo de otro, puede decirle... lo que os he dicho acerca de Dorotea, y tanto más cuanto me había quedado solo, porque los otros se han ido, para serviros.

El hombre es tímido de suyo y no es capaz de proponer banquetes ni giras; pero que otro le apunte la idea, y veréis con qué gusto la acepta... Gracias, gracias, Manuel Antonio murmuro D. Santos con la risa del conejo. Se le conocía el gran temor y molestia que le embargaban. Como muchos de los indianos, apesar de ser inmensamente rico, tenía fama de avariento, y no injustificada.

Y por último, Rosita vende tanto papel sellado que es una maravilla. Para explicarla racionalmente, hay quien da por seguro que ella no recibe ni acepta declaración alguna amorosa si no viene escrita en folios de a peseta. Entretanto doña Ramona y Currito, convertido ya en maestro, son cada día más venturosos y prosperan mucho haciendo y vendiendo corambres.

Desde el momento en que se acepta el servicio por parte de la familia de la dalaga, se abren dos listas, una que lleva el padre de aquella y otra el pretendiente, consignándose en ellas el importe de todo cuanta gasta en obsequios, sean de la clase que quieran. Los trabajos también tienen su tarifa, abonándose en cuenta dos reales por los servicios de noche, y uno los de día.

Bien pronto la harpía individual fue una harpía colectiva, un monstruo horripilante que ocupaba media calle y tenía cuatrocientas manos para amenazar y doscientas bocas para decir: ¡Cosas malas en el agua! Quien no piensa nunca, acepta con júbilo el pensamiento extraño, mayormente si es un pensamiento grande por lo terrorífico, nuevo por lo absurdo. Aquel día habían ocurrido muchas defunciones.

El burlador de Trini vuelve de Buenos Aires, donde ha pasado años y donde ha ganado bastante dinero. Quiere reparar su falta, casándose con Trini; pero ésta no es como la dama de Calderón, que acepta al burlador por marido, porque sólo piensa en restaurar su honor y porque no ama a nadie. Trini ama a otro y rechaza al burlador, que no le inspira amor, sino repugnancia.

La grandeza y la omnipotencia del amor me eran tan desconocidas como la persistencia y el indómito poderío de una conciencia recta, que acepta el deber y le cumple, ó jamás se perdona si no le cumple. ¿Será que soy un miserable? ¿Tendrán razón los frailes y los clérigos al sostener que no hay verdadera virtud sin religión verdadera?

Y así, la imaginación mece al alma y el cuerpo en silencio, como el carcelero, conmovido ante los juegos inocentes de los niños que custodia, acepta la vigilia para contemplar las rondas armoniosas de sus huéspedes sublimes... Por fin la honda laxitud venció.

Está bien. ¿Sabe usted que si tiene suerte se va usted a ganar veinticuatro mil duros...? Y si no me pegarán un tiro. Exacto. ¿Acepta usted? , señor, acepto. Bueno. Entonces estamos conformes. Pero yo exijo que usted me formalice este contrato por escrito dijo Martín. No tengo inconveniente. El judío quedó un poco perplejo y, después de vacilar un poco, preguntó: ¿Cómo quiere usted que lo haga?