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; ¿no estáis en vuestra casa? ¡En mi casa! Vais á juzgar. ¡Casilda! Apareció la negra. ¿Qué te he dicho hace un momento acerca de este caballero? Que era vuestro... lo que yo te dije. Que era vuestro amo y el mío. Vete. ¡Ah, señora! dijo Montiño, turbado á su pesar por la expresión y el acento de Dorotea.

Vamos, señor D. Elías dijo éste descontento. ¿Qué hago yo con cinco onzas? Por cinco onzas se vende la diosa misma de la libertad, replicó Elías sin mirar al cafetero. Quite usted allá: aquí hay patriotas que no dirán "viva el Rey" por todo el oro del mundo. Si: es mucha entereza la de esos señores exclamó Elías con un acento de ironía que debía de ser el acento habitual de su palabra.

Su acento había perdido la aspereza iracunda de por la mañana, aunque estaba más ronca y tenía tonos de dolor y de miseria, implorando caridad. La fiera estaba domada.

¡Oh! ¡oh! exclamó el duque de Lerma con un acento que engañó á doña Ana. Yo no debería deciros esto, señor dijo ella ; pero no debo engañaros; no debo excusaros ni la parte más leve de la verdad. Además que su alteza es muy niño... ¡Y sin embargo, quiere pervertirle el buen duque de Uceda!... El duque de Uceda es muy ambicioso, y hace la guerra á su padre el duque de Lerma de la manera que puede.

Ella no se inmutó ante su acento colérico y sus miradas hostiles. He venido porque aquí estaba mi deber. Luego habló como una madre que aprovecha un paréntesis de sorpresa en el niño irascible para aconsejarle cordura. Explicaba sus actos. Había recibido la noticia de la herida de Laurier cuando ella y su madre se preparaban á salir de París.

No hago más que extractar unas pocas de estas notas monótonas si se quiere, por el repetido acento del dolor. ¡Pobre madre mía! 29 de junio de 1824.

Fino y comedido, con una fisonomía en que parecían disputarse la expresión típica, el orgullo y la humildad fingida, la indiferencia y la amabilidad; alto, delgado y enhiesto; llevando con garbo su capa azul oscura de vueltas de terciopelo carmesí, y su sombrero de fieltro algo inclinado sobre la frente; con un acento vibrante y suave, un ojo profundamente negro, vivo y ardiente, pero velado por instantes, y marchando con seguridad y presteza, aquel hombre me ofrecia el tipo de una raza bellísima, que ha conservado en medio de su degradación en Europa la tradicion de la mas hermosa estirpe de la India proscrita.

El hábito era de un gris ratonesco, y pendiente de la cintura llevaba un enorme rosario con cuentas como nueces, gran cruz de cobre y medallas de santos. Su voz era falsamente suave; el acento y giros que empleaba, muy franceses. ¿Está Vd. dijo quien pregunta por la mamán del padre Tirso? , señora; soy su hijo y vengo a buscarla.

Entonces el señor Spronck impuso sus manos sobre su esposa y sobre su amigo; y después de haber reunido todas las fuerzas de su alma, les describió con acento conmovedor las adversidades que habían envenenado su juventud, el dolor de las pruebas a que había sido sometido y, sobre todo, el encarnizamiento de la funesta fatalidad que les había envuelto a ellos en su propio destino.

Es tu acento el susurro que adormece del aura al retozar en la floresta, y el blando caramillo que solloza, bajo el beso lunar en primavera.