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Dos días creyó Frígilis tenerla engañada, atribuyendo la desgracia a un accidente de la caza. Pero Ana creía la verdad, no lo que le decían; la ausencia de Mesía y la muerte de Víctor se lo explicaron todo. Y una tarde, a los tres días de la catástrofe, en ausencia de Frígilis, Anselmo entregó a su ama una carta en que don Álvaro explicaba desde Madrid su desaparición y su silencio.

Comían solos el matrimonio y D. Juan Nepomuceno, pues por raro accidente no había huésped pariente en casa por aquellos días; D. Juan es claro que vivía con los sobrinos. Bonis al principio no comprendió nada de las señas de su mujer ni les atribuyó gravedad alguna. ¿Qué dices, chica? Explícate. ¡Mmm, mmm! murmuró ella, y siguió con la misma pantomima, cada vez más acentuada en los gestos.

Así te sabe a demonios. Bien empleado te está todo lo que te pasa, muy bien empleado. Tanta turbación había en el alma de la esposa de Rubín, que la ira estaba en ella como prendida con alfileres, y el menor accidente, una nada, determinaba la transición de la rabia al dolor, y de la energía convulsiva a la pasividad más desconsoladora.

Llegó, y antes de poner aquella llave que tan cara, y al mismo tiempo tan dulcemente había comprado, se estremeció, dudó, retrocedió: temía que un accidente cualquiera denunciase, descubriese aquella su entrada subrepticia casa de la duquesa: pero el duque de Osuna, don Pedro, no retrocedía tan fácilmente; antes que dejar abandonada á misma á la duquesa, arrostró por todo: confiaba en su nombre, en su fama; ya en su juventud, don Pedro Téllez Girón era un magnífico grande, á quien se respetaba poco menos que al rey.

Mientras la oía, Isidro miraba con el rabillo del ojo a la monja, de pie junto al altar, hablando con el médico. ¡Ay, aquellas gentes que vivían en diario contacto con la miseria humana! ¡Qué duros, qué fuertes! ¡Qué indiferencia ante el dolor ajeno, que no era para ellos mas que un accidente vulgarísimo! Su mirada fría parecía tener callos.

Levantose el padre de Magdalena; pero ésta hizo un ademán de súplica tan insinuante que volvió a sentarse ocultando la frente entre sus manos. Reinó un largo silencio que sólo interrumpía Amaury con sus sollozos. Las cosas volvían al mismo estado que dos semanas atrás; pero con la diferencia de que el nuevo accidente había sido una grave recaída. «¿Viviré o moriré?

Este accidente consternó mas y mas el ánimo del tirano, y determinó huirse sin pasar por Tinta, y antes de poner en práctica esta resolucion, escribió á su muger en los términos mas pateticos y melancólicos, diciéndules: vienen contra nosotros muchos soldados y muy valerosos, no nos queda otro remedio que morir.

Al fin tuvo vagas noticias de que había sido herido en una capea en el pueblo de Tocina. ¡Dios mío! ¿Dónde estaría aquel pueblo? ¿Cómo ir a él?... Dio por muerto a su hijo, le lloró, quiso, sin embargo, ir allá, y cuando disponía el viaje vio llegar a Juanillo, pálido, débil, pero hablando con alegría varonil de su accidente.

Señora dijo Lázaro, procurando dominar su situación, un triste suceso ... Doña Paulita está muy enferma ... Le ha dado un accidente. Estábamos hablando.... ¡qué conflicto! Ahora mismo, ahora mismo ha caído. ¿Pero ese dinero...? dijo Paz. Es suyo. ¡Suyo! exclamó la arpía con codicia. Y volviéndose á Salomé, que recogía el oro, añadió: Dámelo, dámelo; yo he de guardar eso. Yo lo guardaré.

No tomaba ningún partido decisivo, pero me parecía que mi debilidad iba a abatirse al primer accidente que la conmoviera. Tres días después, en una avenida del Bosque por la cual me paseaba desesperado, vi venir despacio un carruaje muy bien atalajado. Iban en él tres personas: dos mujeres jóvenes y Oliverio.