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Y ella, con aquella facilidad que siempre había tenido para leer sus pensamientos, se aproximaba a él, tierna y sumisa como una víctima, pidiendo el martirio a cambio de un poco de cariño, arrepintiéndose de sus pasadas ligerezas, propias de la inexperiencia, y acariciándolo con el perfume de su aliento, aquel mismo perfume de la carta que, estremeciéndole, envolvía su cerebro en humareda embriagadora.

Rondaba en torno del albañil, esperando las migas de su pan, seguidas de patatas, y una vez satisfecha su hambre tendíase junto al chiquitín, acariciándolo con sus traviesas patas, frotándole la cara con el hocico húmedo. Las más de las noches dormíase Isidro abrazado a él. Un día, el pequeño vio salir a su madre desmelenada y vociferando, seguida de otras mujeres no menos trastornadas.

Gallardo fue recibido como un semidiós por las tres mujeres, que, olvidando a sus amigos, sólo le miraban a él y se disputaban el honor de sentarse a su lado, acariciándolo con ojos de lobas en celo... Le recordaban a la otra, a la ausente, a la casi olvidada, con sus cabelleras de oro, sus trajes elegantes y un ambiente de carne perfumada y tentadora que, emanando de sus cuerpos, parecía envolverle en una espiral de embriaguez.

La Fortuna le había azotado largos años, para dárselo todo a un tiempo: dinero y amor. Desde que Feli hizo su confesión, él no podía dormir sin que se cortase su sueño con visiones, en las que aparecía la hija del Mosco acariciándolo con la sonrisa, tendiéndole los brazos.

Exhalaba vida, el goce de enseñar, las curiosidades satisfechas. A pesar de estar rendida por el largo viaje en coche, conservaba todavía la costumbre del repetido cambio rápido de lugar que la hacía levantarse a cada momento, accionar, mudar de asiento, lanzar una ojeada de bienvenida tan pronto al jardín como a los muebles, reconociéndolo todo y acariciándolo.

¡Mi novio!... ¡mi poeta! Había caído en sus brazos, se colgaba de sus labios en un beso largo de ruidosa aspiración. Luego se apartó bruscamente, como si la poseyese otra vez el miedo. Márchate... Podrían vernos. Había entrado en su camarote, estaba al otro lado de la puerta, pero la mantenía a medio cerrar para verle un momento más, acariciándolo con su sonrisa y sus ojos.

Al verse en campo raso, donde no podía temer nuevos arrebatos del novio, se abandonaba, apoyábase en él con desmayo, acariciándolo con el soplo de su respiración, mirándole de tan cerca, que Maltrana creía sentir el calor de sus ojos de brasa. Finalizaba la tarde. Ocultábase el sol, y en el cielo de suave color de violeta flotaba la luna como una nubecilla pálida, borrosa aún por la luz diurna.

Cuando venía a pasar las vacaciones, no se saciaba de estar junto a él, mirándolo, acariciándolo y adivinando en los ojos sus más leves caprichos, para cumplirlos inmediatamente.

Luego, afirmándose la corona de laurel sobre las melenas grises, subió al carruajito y dió una orden á su tiro, acariciándolo por última vez con la fusta. Vamos á la Universidad, á la casa del doctor Momaren. En el camino oyó la trompetería que anunciaba el paso del gigante, y se vió obligado á dar un largo rodeo por calles secundarias para no tropezarse con él.

¡Oh! tranquilizadme, señor, disipad esta duda de mi espíritu, acordadme esa prueba de vuestro amor. No, Marta, sólo mi mujer puede tener el mismo interés que yo en guardar este secreto. La viuda juntó ambas manos y suspiró acariciándolo con la mirada, y palpitando de emoción: ¡Mathys, Mathys, os lo ruego, os lo suplico! El día de nuestro casamiento conoceréis el secreto, antes no.