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olvidas quién soy; hablas lo mismo que si el pasado no existiese, como si no fueses , como si yo no tuviera todas esas historias que pesan sobre mi nombre. De hacerme otro esa proposición, ¡quién sabe!... Estoy cansada y me seduce un porvenir de reposo. ¡Pero !... Es imposible contigo: acabaríamos mal. Prefiero que seamos amigos, sin nada de amor. Resulta más seguro y durable.

No respondí; las cosas de la fe, no. A esas se llega por el corazón. ¡Oh! ¡Cuánta razón tiene usted! exclamó con mirada brillante. Ya ve usted que no estamos lejos de entendernos dije sonriendo. Si usted quisiera que hablásemos así algunas veces, acabaríamos por ser de la misma opinión. ... usted me enseñaría a pensar... ¡Oh!

Si estuviera aquí mucho tiempo, acabaríamos por reñir y pegarnos. En el fondo odio a los hombres; he sido siempre su más terrible enemiga. Oyeron a sus espaldas el roce de la bata que arrastraba Cupido con grotescos contoneos: se aproximaba al balcón con doña Pepita para contemplar el amanecer.

Yo hab... b... blaré dijo entonces uno de los consejeros supremos que era tartamudo, yo hablaré, que he s... s... s... ido pro... pr... pr... pro... curador. Mejor será que no hable nadie dijo entonces el notario al oído del presidente, si ha de hablar el señor... Di... di... dice bien el señor not... notario dijo entonces el consejero sentándose, p... p... por... porque no acabaríamos nunca...

Pues, señor, volviendo al asunto, y en la imposibilidad de referir punto por punto toda la historia de mi juventud, porque no acabaríamos hoy, le diré á usted que á los cinco años de mi práctica de comerciante, habiendo conocido perfectamente el manejo de los negocios y á una joven vecina de mi principal, monté de cuenta propia un establecimiento de géneros de refino, y me casé el día mismo en que cumplía treinta y un años; cosa que me costó mis trabajillos, porque los once meses de Salamanca me habían procurado una reputación de calavera de todos los demonios. Casado ya, mi vida tomó un giro enteramente diverso del de hasta entonces. Desde luego fuí nombrado síndico del gremio de zapateros, procurador municipal de dos pueblos agregados á este ayuntamiento, vocal perpetuo de una junta de parroquia, tesorero de la Milicia Cristiana y asesor jurado de una comisión calificadora para los delitos de sospecha de traición á la causa del Rey. Con todos estos cargos me puse en roce con las personas más importantes de la ciudad y me dieron entrada en palacio, que era todo mi anhelo ya mucho tiempo hacía, porque Su Ilustrísima era hombre de gran eco entre las gentonas de Madrid, y lo que por su conducto se averiguaba en Santander, no había que preguntar si era el Evangelio. Tenía Su Ilustrísima tertulia diaria de ocho á nueve de la noche, y la formábamos un médico muy famoso por sus chistes, que hablaba latín como agua; el P. Prior de San Francisco, hombre sentencioso y de gran consejo; un abogado del Rey, caballero de Carlos III; mi humildísima persona, y un Intendente de rentas, hombre de bien, si los había, temeroso de Dios como ninguno, servicial y placentero que no había más que pedir.... Por cierto que murió años después en Cádiz, de una disentería cuando el sitio del francés.

La invitación resulta egoísta, no lo oculto. Pienso permanecer aquí hasta que se restablezca la tranquilidad de Europa y la vida vuelva á ser agradable. Sólo con mi coronel, acabaríamos por odiarnos los dos. Ustedes me acompañarán en mi agujero. Quedaron los tres estupefactos por la inesperada proposición. Novoa fué el primero en recobrar la palabra. Príncipe, usted apenas me conoce.

Pero sentiría, si anda en ello la mano de Tirso, que acabe por sorberte el seso y te convierta en una de esas devotas que se comen los santos. Tanto, no; pero un poco de religión, no viene mal. ¿Como de cuando en cuando una purga? Que te oiga tu hermano, y disputa al canto. Tienes razón: más vale que no me oiga, porque acabaríamos riñendo. Mira, hijo, no tengamos algún disgusto por vosotros.

Los hombres que valen no son los que heredan un apellido histórico, sino los que, llevando uno desconocido, logran meterle en la historia. ¿Para qué seguir presentando más casos? La variedad es tan grande que no acabaríamos nunca. Baste decir que cada uno de ellos requiere una negativa especial, ajustada a las circunstancias y al tipo moral y espiritual del pretendiente.