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Aquel fantasma era el monstruo tipográfico, horrible caricatura de Guttenberg, que puntual como el diablo cuando suena la hora de llevarse su alma, venía en busca del condenado artículo. ¡El artículo! ¡Mal rayo me parta! ¡Es preciso acabarlo! Y devorado por la ansiedad, trémulo y medio loco, trincó la pluma y ¡hala!

Pero todo fué en vano; el hilo estaba ya roto, y ya me fué imposible remontar mi mente hasta los palacios de Armida, de donde bajé en un salto; y así, el artículo principiado con las mágicas razones de Híala y Nadir, fuerza fué acabarlo con la parla rastrera de mi académico Bartolo. Si no existiera la mujer hermosa fuera un bridón el ídolo del moro.

Este es el palacio de Donna Anna, y doña Ana Carafa fué una gran señora napolitana, mujer del duque, de Medina, virrey español, que construyó el palacio para ella y no pudo acabarlo. Iba á decir más, pero se contuvo. ¡Ah, no! ¡por la Madona!... Otra vez se ponían á hablar, sin escucharle... Y se sumió definitivamente en un silencio ofendido, mientras á sus espaldas continuaba la charla.

367 ya veo que somos los dos astillas del mesmo palo: yo paso por gaucho malo y usté anda del mesmo modo; y yo, pa acabarlo todo, a los indios me refalo. 368 Pido perdón a mi Dios que tantos bienes me hizo, pero dende que es preciso que viva entre los infeles, yo seré cruel con los crueles: ansí mi suerte lo quiso.

En fin, tanto hizo, que por el más extraordinario camino del mundo supo la verdad; porque yo apretaba en lo del casamiento, por papeles, bravamente, y él, acosado de ellas, que tenían deseo de acabarlo, andando en mi busca, topó con el licenciado Flechilla, que fue el que me convidó a comer cuando yo estaba con los caballeros, y este, enojado de cómo yo no le había vuelto a ver, hablando con don Diego, y sabiendo cómo yo había sido su criado, le dijo de la suerte que me encontró cuando me llevó a comer y que no había dos días que me había topado a caballo muy bien puesto, y le había contado cómo me casaba riquísimamente.

Salen PEDRO ALVAREZ que se va, y otro CAUTIVO que huye, y dos MOROS que le cogen y le vuelven. Este largo camino, Tanto pasar de breñas y montañas, Y el bramido contino De fieras alimañas Me tienen de tal suerte, Que pienso de acabarlo con la muerte.

¿Qué haces, Nela? dijo el muchacho después de una pausa, no sintiendo ni los pasos, ni la voz, ni la respiración de su compañera . ¿Qué haces? ¿Dónde estás? Aquí replicó la Nela, tocándole el hombro . Estaba mirando el mar. ¡Ah! ¿Está muy lejos? Allá se ve por los cerros de Ficóbriga. Grande, grandísimo, tan grande, que se estará mirando todo un día sin acabarlo de ver, ¿no es eso?

Poca importancia tiene el episodio, mas como en Velázquez todo es interesante, he aquí lo que cuenta Martínez de un caso que allí le sucedió: «Estando Diego Velázquez en esta ciudad de Zaragoza, asistiendo a S. M., de gloriosa memoria, le pidió un caballero que le hiciera un retrato de una hija suya muy querida: hízolo con tanto gusto que le salió con grande excelencia; al fin como de su mano: hecha que fue la cabeza, para lo restante del cuerpo, por no cansar a la dama, lo trajo a mi casa para acabarlo, que era de medio cuerpo: llevolo después de acabado a casa del caballero; viéndolo la dama le dijo que por ningún caso había de recibir el retrato: y preguntándole su padre en qué se fundaba, respondió; que en todo, no le agradaba, pero en particular que la valona que ella llevaba, cuando la retrató era de puntas de Flandes muy finas». Razón tenía Jusepe Martínez para decir que haciendo retratos «se sujeta un hombre a oír muchas simplicidades e ignorancias

El armada salió de aqueste puerto, En demanda del Rio de la Plata: Ningun piloto lleva que esté cierto A donde seguirá; mas ya desata A los vientos Eolo, y bien abierto Habiendo sus cavernas, disparata Con ellos por el aire de tal modo, Que parece acabarlo quiere todo.

El apuro del autor no es para pintarse, y ved aquí explicado el horror, la indignación, los escalofríos y trasudores que la presencia del mocetón de la imprenta le produjo. Era preciso acabar el artículo, y antes de acabarlo, era menester seguirlo, empresa de dificultad colosal, por hallarse la imaginación del escritor sin ventura á 100.000 leguas del asunto.