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Hermana Balî que creía adivinar el motivo el P. Camorra se llamaba Si cabayo por otro nombre y era muy travieso la tranquilizaba: ¡Nada tienes que temer! ¡si voy contigo! decía; ¿no has leido en el librito de Tandang Basio dado por el cura, que las jóvenes deben ir al convento, aun sin saberlo sus mayores, para contar lo que pasa en la casa? ¡Abá!

Abá, ñora, porque 'tallá el maná prailes y él maná empleau, contestó un hombre; 'ta jasí solo para ilós el cabesa de espinge. ¡Curioso tambien el maná prailes! dijo la voz de mujer alejándose; ¡no quiere pa que di sabé nisos cuando ilos ta sali ingañau! ¡Cosa! ¿querida ba de praile el cabesa?

La dalaga, vió que Bindoy se paró, que miró, y que abrió la boca; oyó que pronunció el eureka tagalo, ó sea el característico, ¡aba! y sobre todo, observó que bajó la mano y se rascó con el mismo mimo y parsimonia que podría hacerlo un gitano sobre el lomo de un pollino en feria, y visto y oído lo anterior, dejó jalo dentro del lusong y miró de reojo á Bindoy como diciendo, mañana serás el que piles.

Aquel libro está impreso con permiso del Arzobispo, ¡abá! Julî, impaciente y deseando cortar la conversacion, suplicó á la devota que fuese si gustaba, pero el señor Juez observó eructando que las súplicas de una cara joven mueven más que las de una vieja, que el cielo derramaba su rocío sobre las flores frescas en más abundancia que sobre las secas. La metáfora resultaba hermosamente malvada.

Hablaba de animalitos y enfermedades, abá, ¡castigo de Dios! ¡Merecido lo tiene! ¡Como si el agua bendita pudiese trasmitir enfermedades! ¡Todo lo contrario, abá!

Cuando á mi vecino Simon le metieron en la carcel y le dieron de palos, por no poder declarar en un robo que se cometió cerca de su casa, ¡abá! por dos reales y medio y una rosca de ajos, le sacó el escribiente. Y yo le á Simon que apenas podía andar y tuvo que guardar cama lo menos un mes. ¡Ay! se le pudrió el trasero, ¡abá! ¡y murió de resultas!

Basilio con todo su amor á la antigüedad no pudo contener un ¡abá! de desencanto. Es una magnífica joya muy bien conservada y cuenta casi dos mil años. ¡Psh! se apresuró á decir Sinang para que su padre no cayese en la tentacion. ¡Tonta! díjole éste que había podido vencer su primer desencanto; ¿qué sabes si se debe á ese collar la faz actual de toda la sociedad?

El que la decía sin falta se ganaba una raya buena, y una mala el que cometía más de tres equivocaciones. Un chico gordo, con cara de sueño y cabellos tiesos y duros como barbas de un cepillo, bostezaba hasta dislocarse la mandíbula y se desperezaba estendiendo los brazos, lo mismo como si estuviese en su cama. Vióle el catedrático y quiso asustarle. ¡Oy! , dormilon, ¡abá! ¿cosa?

¡Abá! ¿y por qué, ñol? Porque no se concibe, Padre, que uno pueda faltar á clase y al mismo tiempo decir la leccion en ella... V. R. dice que, estar y no estar... ¡Nacú! metapísico pa, ¡prematuro no más! Con que no se concibe, ¿ja?

En Manila, en una dulcería que había cerca de la Universidad, muy frecuentada por estudiantes, se comentaban las prisiones de esta manera: ¿Ya cogí ba con Tadeo? preguntaba la dueña. Abá, ñora, contestaba un estudiante que vivía en Parían, ¡pusilau ya! ¡Pusilau! ¡Nakú! ¡no pa ta pagá conmigo su deuda!