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A mi ver, entendiendo así la poesía, tienen explicación y disculpa no pocas cosas de las que se dicen en verso, las cuales, si en prosa se dijeran, parecerían absurdas o abominables y podrían llevar a su autor en una sociedad algo severa a la prisión o al manicomio.

En la pura nada no hay nada posible; no hay relaciones, no hay enlaces de ninguna especie: en la nada todas las combinaciones son absurdas; es un fondo en que nada se puede pintar.

¡Tales condiciones son absurdas e imposibles! continuó Isabel. ¿Por qué coartar tu libertad de ese modo? Eres joven; debes volver a casarte y dar al hombre que elijas largos años de ventura. En cuanto a tu sucesión continuó haciendo un esfuerzo por sonreír, eres la primogénita, y por poco que vivamos, espero que moriremos juntas.

En realidad, el intendente, que no comprendía por qué Marta deseaba impedir la partida de la joven, había rechazado sus tentativas como absurdas; pero todavía podía contar con algunos días, y creía que conseguiría convencer a Mathys, sin traicionar los motivos que la inspiraban.

Famoso y tradicional es que los extranjeros que por primera vez nos visitan, ya por costumbre, ya porque no pueden resistir la seducción, ó porque tienen efectivamente gusto en ello, buscan en Andalucía más que otra cosa con curiosidad las costumbres y tipos populares, de los que tienen la mayoría las más absurdas creencias; y en este punto puede decirse que el grave político francés perdió toda su gravedad y se propuso en Sevilla echar una cana al aire, como suele decirse, y correr su juerguecita, creyendo que aquellas calaveradas no habían ciertamente de tener resonancia ni pasar á conocimiento de las generaciones siguientes.

Imaginaban los portugueses que aquel reino había sido cristiano en lo antiguo, gracias a las predicaciones del apóstol Santo Tomás que hasta él había llegado, pero imaginaban también que el cristianismo de los singaleses se había pervertido y maleado con el transcurso del tiempo, turbando la pureza de su doctrina mil absurdas supersticiones.

Si la cuestion se presentase bajo el punto de vista de Dugald-Steward, seria hasta indigna de ser ventilada: en buena filosofía no puede disputarse sobre cosas no solo absurdas sino ridiculas.

En las tertulias de los cafés hay siempre dos categorías de individuos, una es la de los que ponen la broza en la conversación, llevando noticias absurdas o diciendo bromas groseras sobre personas y cosas; otra es la de los que dan la última palabra sobre lo que se debate, soltando un juicio doctoral y reduciendo a su verdadero valor las bromas y los dicharachos.

Como D. José, su tío el Canónigo daba calor en su entendimiento a las ideas más absurdas, las fomentaba y se engreía con ellas. Su tío, engañado por Rufete, había representado con ella la comedia funesta que tan desgraciada la había hecho. ¡Cuántas veces en las noches del invierno él la embelesaba diciéndole que sería marquesa, que tendría palacio, coches, lacayos, lujos sin fin, y riquezas semejantes a las de Las mil y una noches!

Estos retrasos injustificados comenzaron a notarse en el colegio; los chicos se pusieron en observación y al instante se propalaron entre ellos mil especies, absurdas unas, verosímiles otras, pero todas graciosas.