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que ha traído, señor Delaberge respondió el Príncipe que, al fin, se decidió a abandonar los umbrales de la puerta. Hay un telegrama para usted. Con tardo paso, se dirigió hacia una pequeña vitrina, fijada en la pared y en la cual se guardaban las cartas que llegaban dirigidas a los viajeros. Abrióla y entregó a su huésped un pequeño pliego.

Y como, aunque era noble y altivo, no era santo, y de tal manera le apretaban el amor y el deseo por doña Guiomar, y hasta tal punto doña Guiomar iba acreciendo para él en lo preciosa e incomparable, ganándole la fiebre, apoderándose de su pensamiento la locura, atormentado ya de tal manera por las ansias que le acongojaban que resistirlas no pudo, como si una potencia invencible de él hubiese tirado y atraídole a doña Guiomar, con las vascas casi mortales de su pasión, determinose; y diciéndose que su vida era doña Guiomar y que Dios hiciese lo que fuese servido de Margarita, levantose del sillón en que había permanecido inmóvil desde que en aquel aposento le había dejado Florela; y acercándose quedo a la puerta, abriola silenciosamente, y en un corredor oscuro se encontró, y sin saber adónde había de dirigirse para dar con el aposento de Florela, en que doña Guiomar estaba; que aunque Florela le había dicho que entre el suyo y el de su señora estaba el aposento a que le había llevado, no sabía a cuál lado estuviese el de doña Guiomar o el de Florela, si a la derecha o a la izquierda.

Alegrósele, empero, el alma cuando, tan sin traición y tan obligado, dentro se vio de aquel jardín, por el cual, y por alguna comunicación que acaso encontraría fácil, podría llegar hasta las plantas de aquella que tan sin alma le tenía, y sorprenderla tal vez melancólica y pensativa a impulsos del encendido amor en que él anhelaba ardiese; y sin más detenerse, hollando silenciosamente la blanca y menuda arena, que entre flores y plantas formaba calles y laberintos, fue a dar en un corredor cubierto de enredaderas, y como allí hiciese oscuro, prosiguió a tientas, y a poco halló a diestra mano una escalera, al cabo de la cual, y no a mucha altura, dio en un corredor, que le llevó derechamente a una mampara, y abriéndola hallose más a oscuras que antes; pero por la luz que se dejaba ver en unos como resquicios de puerta, yendo a ella abriola recatadamente, y quedose como extasiado y suspenso, que en un rico camarín, sentada, de espaldas a él, delante, de un espejo de Venecia, descubrió a doña Guiomar, que, con el tesoro de sus dorados cabellos se entretenía.

Era de ver su ligereza de gorrión, su prontitud para correr de un punto a otro, perseguida, mas no alcanzada. Corrió a la ventana, que por ser de piso bajo estaba a dos varas de la calle, abriola, y apoyándose en el alféizar, vuelta hacia dentro, dijo así con animosa voz: «Si usted no me abre la puerta y me deja salir, grito desde aquí y pido socorro».

Abrióla con frenesí, rasgando el papel, y leyó lo que sigue, trazado con lápiz, apresuradamente: «No puedo pintar mi martirio desde que este alcornoque de los Cuatro Vientos ha venido de Extremadura, con la pretensión de casarse conmigo. Mamá es partidaria de esta solución, como tu dices; pero yo me mantengo y me mantendré siempre en la más resuelta oposición.

Al día siguiente cuando se levantó, observó que la funda de cuero de su revólver estaba vacía: abrióla y dentro encontró una papel que contenía el relicario de oro con las esmeraldas y brillantes y algunas líneas escritas en tagalo que decían: «Perdonareis, señor, que estando en mi casa os prive de lo que es vuestro, mas, la necesidad me obliga, y en cambio de vuestro revólver os dejo el relicario que tanto deseabais.

Abriola don Alejandro, que ya había entrevisto al pendolista en la bastarda algo temblona del sobre; leyó la firma ante todo, y dijo a Nieves: De quien yo me presumía por la letra. ¿De quién, papá? Del famoso farmacéutico. A ver qué se le ocurre al bueno de don Adrián.

No te levantes prosiguió, cuando el viejo hizo un movimiento para librar su manga de la mano de Juanito. No hagas cumplidos. Puedes quedarte ahí donde estás; me voy al instante. Ya están aquí. Llamaron suavemente a la puerta. Federico Bullen abriola, con un ademán se despidió del viejo y desapareció.

Y yendo a una puerta, abriola, y haciéndole seña de que pasase, él pasó a un cuarto oscuro, donde doña Guiomar encerrole tan a tiempo, que ya las fuerzas la faltaban para el fingimiento, y aquejábala el deseo de trocar su severidad en dulzura, su enojo en rendimiento, y su indiferencia en amor.

El lacayo tiró el patio adelante y llevó á la comedianta á las altas regiones donde vivía el cocinero mayor. Allí es, señora dijo señalando una puerta á Dorotea. Bien, idos; gracias. El lacayo se fué. Dorotea se quedó sola en una galería estrecha, larga y tortuosa y delante de una puerta. Llamó á ella con impaciencia. Abrióla una mujer joven y bella. Era Luisa.