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El viejo Carlini, que estaba sentado en un banco acabando de fumar un cigarro, nos vio en el acto que aparecimos, y yo noté que abrió los ojos llenos de asombro, pero, fuera de eso, no manifestó sospecha ni hizo el menor movimiento.

La coleta pendía deshecha y enmarañada sobre su cuello; el rostro tenía una palidez de hostia. Abrió los ojos al sentir una mano en las suyas, y sonrió levemente viendo a Carmen, pero una Carmen tan blanca como él, con los ojos secos, la boca lívida y una expresión de espanto, como si fuese aquel su último instante. Los graves señores amigos del espada intervinieron prudentemente.

Abrió en silencio dos puertas, y al abrir la exterior, Juan se volvió y quiso hablar, como si le costase un violento sacrificio separarse de doña Clara. Es tarde... adiós, señor capitán, adiós. Hasta otro día dijo doña Clara, y cerró la puerta.

Aún se detuvo unos segundos: sentía repugnancia de entrar. Por fin llamó, oyose dentro el sonido de la campana y abrió una mujer vestida de suerte que, sin ser el traje religioso, quería parecerlo.

Estas y análogas majaderías se repetía mentalmente por vigésima vez, cuando sintiendo pasos tras la puerta de la escalera, abrió antes que llamasen. No se había equivocado: era Carola, que acababa de pasar de largo sin corresponder al saludo porteril. El estanquero recibió a su amada con un largo beso.

Una imagen que no se aparta de mi memoria surgió de pronto ante mis ojos.... Así, así me miró muchas veces la hermosa niña rubia, objeto de mi primer amor.... Dejó Gabriela el libro que tenía en las manos, y se dirigió lentamente hacia un extremo de la sala, abrió el piano, y me llamó, diciendo: ¿Ha oído usted esta sonata? Y no hablamos más aquella noche.

Entró Pepe Vera, abrió las persianas para que entrase la luz, se echó sobre una silla sin dejar de fumar, y mirando a María, cuyas mejillas encendidas y cuyos ojos hinchados indicaban una seria indisposición. ¡Buena estás! le dijo . ¿Qué dirá Poncio Pilatos? No está en casa respondió María cada vez más ronca.

Para aumentar este prestigio y esta influencia y dar mayor realce a la riqueza y poderío de la casa, Amalia, que halló aquí medio de distraerse, abrió sus salones a la sociedad laciense, que hasta entonces había tenido siempre alejada; algunas visitas de cumplido y nada más.

Si en aquel momento se le hubiera presentado su tío, reprendiéndole con su impertinencia acostumbrada, Lázaro le hubiera atropellado, le hubiera maltratado, hiriéndole tal vez. Al fin llegó á la puerta, trató de recobrar su serenidad, abrió y bajó. Una vez en la calle, sintió el corazón tan oprimido, que le fué imposible dejar de llorar.

Sorege abrió los ojos por completo, mostró su mirada azul de una claridad poco tranquilizadora y se echó francamente á reír. ¿Y , te has divertido en tu viaje? No parecía que te divertías mucho en San Francisco, en el magnífico palco en que oías Otello... Entonces fué Tragomer el que perdió pie. No sólo no se ocultaba Sorege sino que salía al encuentro de las explicaciones. ¿Me viste, acaso?