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Prométame que no abandonará usted a su anciano padre y que le permitirá morir a su ladoYo he caído a sus pies y le he pedido su bendición. Mi madre también estaba conmovida y me ha besado. Yo dudaba que su sensibilidad, embotada por el comercio con espíritus mezquinos, pudiese renacer a las dulces emociones de la naturaleza.

Una vez que todos los otros medios habían sido vanos, ya que él no oía la voz del deber, ella era la única que podía salvarle. La dije que le abandonara, que huyera: que desapareciera. Ella no quiso. Yo insistí: «Usted ama a otro: váyase lejos con su nuevo amanteElla me prohibió que la hablara en esa forma, y quiso saber quién era yo.

Y no hay remedio, a él va usted de cabeza... porque ese hombre la abandonará a usted... Son habas contadas». Fortunata tenía la cabeza próxima a las rodillas. Estaba hecha un ovillo, y sus sollozos declaraban la agitación de su alma. «¡Ah, mujer infeliz! añadió el clérigo con solemnidad, levantándose ; no sólo es usted una bribona, sino una idiota.

La Reina la salvó de estos apurillos, pagándole los atrasos de casa y ofreciéndole una habitación en los altos de Palacio, que la infeliz no vaciló en aceptar... «Me he metido en ese cuchitril por complacer a Su Majestad y estar cerca de ella, mientras me arreglan las piezas de la terraza... ¡Ay, qué posma de arquitecto!... Le voy a calentar las orejas...». Así se expresaba constantemente, y transcurrieron muchos meses sin que la ilustre viuda abandonara su choza provisional.

Pero yo no había imaginado ver aquella divina expresión de dignidad reposada y grave con que habló conmigo desde ese instante para decirme después y reiteradamente: «Yo tengo que agradecerle de veras, señor, el honor que usted me dispensa, pero que, aun cuando me sintiera inclinada a aceptar, por mucho que no lo merezca, no podría aceptarlo sin menoscabar el concepto que me he formado de mis deberes de hija: yo me debo a mi padre, señor, y sería una criminal yo lo entiendo así, perdóneme si lo abandonara en sus últimos años». «¿Ni con el asentimiento de élle pregunté, y me contestó: «Ni con el asentimiento de él... que me lo daría, estoy segura, si creyera que podría hacerme más feliz... pero que yo tendría que juzgar en su verdadero significado: como un supremo sacrificio hecho por y que yo no podría imponer ni aceptar».

Quise gritar, pero tuve miedo... La idea de que despertase doña María en aquel instante me hacía temblar... Se fueron muy despacito, y cuando me quedé sola... ¡Ay! La insensatez de esa muchacha, a quien todos tienen por santa, me enardecía la sangre. Lord Gray la ha engañado; lord Gray la abandonará... Vamos, vamos pronto. ¡Me parece que estoy soñando!

En cuanto a Leocadia, veré si consigo la protección de estas santas mujeres... El Señor no nos abandonará... Diga Vd. a mi hermano que lo que hace no tiene perdón de Dios. ¡Este es el resultado de sus ideas y de su falta de creencias! Dejémonos de recriminaciones, y vamos a ver si la buena voluntad de todos enmienda los yerros pasados. ¿Cree Vd. que pueda ponerse aún remedio al mal?

Verdaderamente el señor Mauricio Aubry es un joven encantador y que parece animado de las mejores disposiciones. Amará á usted tanto más cuanto mayor sea la dicha que va á proporcionarle su deliciosa mujer ... y en vez de una sola afección, va usted á estar rodeada de una doble ternura por esa amable pareja que nunca la abandonará....

Me contengo porque, si lo hiciera, mi madre nos daría la gran desazón: es increíble hasta qué punto parece identificada con él; pero no me cabe en la cabeza la idea de que nos abandonara por seguirle. Supón lo sensible que me será admitir semejante posibilidad.

Su esposa se enfadaba y amenazaba con tirar las retortas al patio. La única que le ayudaba algo era Presentación. Pero esto es por interés dijo tristemente, porque me necesita para llevarla a paseo. En cuanto se case me abandonará. En efecto, el amor había hecho presa al fin en el corazón de la hija menor del naturalista.