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Entre todos los dramas de Rojas, uno de los más famosos y repetidos del teatro español, es el titulado Del Rey abajo, ninguno, ó García del Castañar. Puede decirse, pues, que esta comedia es la más generalmente conocida en España de todas las de nuestro inmenso repertorio.

Pues pensar de no hacer lo que tenía gana, tampoco era posible; y así, lo que hizo, por bien de paz, fue soltar la mano derecha, que tenía asida al arzón trasero, con la cual, bonitamente y sin rumor alguno, se soltó la lazada corrediza con que los calzones se sostenían, sin ayuda de otra alguna, y, en quitándosela, dieron luego abajo y se le quedaron como grillos.

Cruzóse de brazos, movió de arriba abajo la gran cabezota y desapareció sigilosamente por entre los bastidores, metiéndose luego por debajo del escenario como un nihilista que se zambulle en el centro de la tierra para fraguar siniestros proyectos...

El airecillo nocturno llevaba calle abajo el picante olor de la cebolla y el hedor de la manteca requemada. Salí de la botica contagiado de tristeza pedagógica. Pensé en mi situación; me puse a cavilar en mi suerte; en que era yo pesada carga para mis tías, las cuales me habían sostenido por tantos años a costa de extremos sacrificios. Aquello no podía seguir así.

Corrió por los pisos superiores sin saber lo que hacía, dando alaridos como una mujer de la tragedia griega, chocando con muebles y paredes, mesándose los sueltos cabellos, loca de sorpresa, de miedo, de repugnancia.... ¡Y aquel monstruo era su marido!... ¡Y habría de permanecer junto á él toda su existencia!... ¡Odette!... ¡Odette! seguía gimiendo abajo la voz humilde y dolorosa.

Cuando cumple a la Fortuna mostrarse con él espléndida, le asalta traidora muerte, le aguarda salvaje huesa; pero logra el buen Hernando, por preciada recompensa, ¡aquí abajo eterna fama y allá arriba gloria eterna! Alicantino, de Novelda, aunque originario de Valencia.

La solemne dulzura del ambiente se difundía en su alma, y su sentido creía respirar el perfume de las corolas innumerables abiertas abajo, entre las losas y desteñidas al par de los tallos por la fantástica ceniza de la luna. No se escuchaba el más leve murmullo. El sosiego era profundo, pero su espíritu no se sentía verdaderamente solo.

Caminamos de madrugada por la costa de dicho arrojo cosa de cinco leguas, y habiéndolo pasado, caminamos por unos grandes cerrillos muy guadalosos, y llegamos al Rio de los Sauces á las cinco de la tarde, mas abajo de la sierra.

Allá arribita, el viento la meció, sosteniéndola sin violentas sacudidas: parecía balancearse en visible hamaca ó en los brazos de algún cariñoso genio. Desde allí ¡qué espectáculo! Abajo el corral con sus inquietos pollos escarbando sin cesar; la huerta, la casa, los castaños, el chopo, ¡qué pequeño lo que antes parecía tan grande!

A menudo se juntaban ambas mesas, la de abajo y la de arriba, y se discutía, y se reía y se contaban cuentos subidos de color, y se despellejaba a azadonazos porque no cabe nombrar el escalpelo a Trampeta y a los de su bando, removiendo entre risotadas, cigarros e interjecciones, el inmenso detritus de trampas mayores y menores en que descansaba la fortuna del secretario de Cebre.