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Por fin vemos a doña Ana Ozores, que da nombre a la novela, como esposa del ex-regente de la Audiencia D. Víctor Quintanar. Es dama de alto linaje, hermosa, de estas que llamamos distinguidas, nerviosilla, soñadora, con aspiraciones a un vago ideal afectivo, que no ha realizado en los años críticos.

Pues aun hay mas, y no menos grave, porque este es un obstáculo natural, que si bien puede removerse en alguna parte, nunca lo será del todo, al menos en muchos años.

Hace dos años ha sido imposible conseguir que se deje hacer una fotografía, que estábamos dispuestas á pagar muy cara... No ha querido que pudiésemos verle con el pelo rapado, la barba afeitada y con el traje de penado. ¿Tienen ustedes noticias suyas? Las recibimos con regularidad. ¿En qué situación se encuentra?

Por lo demás, tocamos ahora un punto, relativo al desarrollo del arte dramático en España, envuelto en cierta oscuridad, que apenas comienza á disiparse. No existe drama alguno religioso, que corresponda al período comprendido entre 1561 y los últimos diez años del siglo, ni se hallan tampoco datos históricos que nos ayuden á conocer los perdidos.

23 Y no tomó David el número de los que eran de veinte años abajo, por cuanto el SE

Bajaron dándose el brazo y se encontraron en el comedor con un hombre como de cuarenta años, que tenía la apostura dura y correcta de un militar, en traje de particular. Caballero le dijo la señora de Maurescamp, con una voz un poco temblona , deseo hablarle... Mi marido partió esta mañana para Bélgica... parece que ignora usted el motivo de su viaje... , señora, lo ignoro.

Al año de estar en la buñolería, la hija del amo, que era una chiquilla saladísima de catorce años, enfermó de viruelas y, cosa rara en la gente del pueblo, dotada en tales casos de tanto valor como ignorancia, los vecinos, conocidos y amigos dejaron a la enfermita y sus padres en completo abandono.

Sin duda, no había recobrado su brillante alegría de otros tiempos, que esos siete años de ansiosa espera parecían haberse llevado irrevocablemente; ni cantos ni risas se escapaban ya de sus labios, pero un brillo suave y cálido animaba sus facciones como si una luz salida del alma, las iluminara.

D. Pedro había muerto sin dejar a ningún hijo colocado. Había muerto cuando la familia había tenido que renunciar, por miseria, a los últimos restos de forma mesocrática en el trato social y doméstico; cuando la pobreza había dado aspecto de plebeyo al decaído linaje de los Reyes. Y la madre, a quien esto habría llegado al alma, había muerto poco después: a los dos años.

Su hija Ángela era una muchachota fresca y robusta, de diez y ocho años, uno más que Rosa, que tenía poco de particular, lo mismo en lo físico que en lo moral. Rafael, un chicuelo de catorce, de pocas carnes y mucha malicia. A Rosa ya la conocemos.