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El Valle de Zurguén y las Praderas de Otea, lindantes también con Salamanca por el otro lado del río, son la Arcadia de la poesía pastoril española..... Venid, venid, zagalejos, Que al Zurguén sale Amarilis......, decía Iglesias. Y casi en los mismos años denominaba Meléndez á su amada: La gloria del Tormes, La flor del Zurguén.

El primitivo pueblo fué el conocido hoy por el de Legaspi, y al cual muchos naturales le siguen llamando Vanuangdaan, ó sea Albay viejo. El lugar que ocupa en la actualidad la cabecera, se denominaba tay-tay que significa fila ó hilera.

Gayangos esplica en la propia nota, alegando la autoridad de Idrisi, que la copia de Córdoba se denominaba Othmaní, no porque Othman la hubiese escrito, sino porque en ella se contenian cuatro hojas del Koran con que el Califa habia intentado escudar su pecho contra el puñal de sus asesinos.

El pago era el de un peso al año, satisfecho por servicios, se le recargaba además con un real fuerte para el sostenimiento del culto, recargo que se le denominaba sanctorum, más otro real en concepto de la suprimida renta de los alcoholes. La provincia y el municipio no contaban con más recursos de importancia fuera de los indirectos que con el servicio de la prestación personal.

No era lo mismo lo que había creído ver en el delirio o exaltación de la borrachera y la realidad que se le había presentado por la mañana; pero aun esta realidad excedía con mucho al estado que verosímilmente se hubiera podido atribuir a lo que él denominaba encantos velados y probablemente marchitos de su mujer.

Isleta de las ollas denominaba el mismo Salazar á este factor de la comida, que no poca materia dió también al buen humor del Obispo de Mondoñedo.

La señora de Montauron, que estaba siempre en acecho, ojo avizor y oreja al viento, cayó en la eterna trampa de las apariencias, interpretándolas a la medida de sus deseos. Resolvió en vista, coger al vuelo eso que ella denominaba, el momento psicológico, y firme en sus propósitos hizo cierta mañana comparecer al marqués en la hora habitual de sus audiencias secretas.

También se situaban algunos bancos en el teatro, que servían á los actores para descansar en los intermedios. Los asientos de los espectadores estaban ordenados por filas, elevándose hacia atrás gradualmente, y distinguiéndose unos de otros por nombres religiosos, iguales á los de los compartimientos del escenario; el conjunto de los más altos se denominaba Paraíso.

La acción de embriagarse la denominaba de mil maneras distintas, y entre éstas la más común era ponerse la casaca, idiotismo cuyo sentido no hallarán mis lectores, si no les explico que, habiéndole merecido los marinos ingleses el dictado de casacones, sin duda a causa de su uniforme, al decir ponerse la casaca por emborracharse, quería significar Marcial una acción común y corriente entre sus enemigos.

En una esquina próxima al Colegio de la Compañía leímos en letras de oro y sobre marmórea lápida, que allí vivió el gran poeta Meléndez Valdés. Más abajo descubrimos la que un azulejo denominaba Plazuela de San Benito, la cual, más que plaza, parecía el compás de una Cartuja. Tampoco había allí gente.