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Al llegar á la puerta, el vigilante preguntó á Cristián: ¿Le ha interesado á usted, milord? Es un pobre diablo completamente inofensivo... Anda por todas partes en libertad y no hay peligro de que quiera escaparse... Aunque le dejaran la puerta abierta no se iría... Ande usted, 2317, váyase solo á su departamento; yo voy á acompañar á milord...

En vez de la cara de miseria y de desesperación del pobre 2317, Jacobo vió en el espejo un vigoroso marinero quemado por el sol de los trópicos. Tragomer le entregó un revólver y le dijo con terrible resolución: Ahora, toma este arma, ¿Está convenido que no te cogerán vivo? Yo te defenderé, si es preciso, hasta el último aliento.

usted las gracias, 2317. Ahí tiene usted para varios meses, si no se lo deja robar por los camaradas... ¡Vamos! Tiene usted suerte; todos los visitantes no son tan generosos... Señor, muchas gracias, dijo humildemente el penado.

Siéntese usted un instante, milord, dijo el vigilante. Voy á buscar al 2317 y se lo traeré... Puede usted fumar si gusta..., no huele á rosas aquí. Tragomer inclinó la cabeza sin responder, y se apoyó en el estrado desde el cual se distribuían castigos á aquellos desgraciados que parecen, sin embargo, haber llegado al máximum del sufrimiento. Una indecible angustia le oprimía el corazón.

¿Y cómo se llama ese hombre tan extraño? Se llamaba Freneuse. Ahora está matriculado con el número 2317. Tragomer se estremeció, su cara se cubrió de palidez y su corazón se oprimió dolorosamente. Respondió, sin embargo, con calma: ¿Me será posible ver al notario, al médico y á ese apóstol? , si así lo desea usted. Creo que me será útil. Pues voy á dar á usted un permiso. Será usted muy amable.