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Al anochecer del 31 de julio del susodicho año de 1772, un soldado entró cautelosamente en la casa del alcalde ordinario don Tomás Muñoz y se entretuvo con él una hora en secreta plática. Poco después circulaban por la ciudad rondas de alguaciles y agentes de la policía que fundó Amat con el nombre de encapados.

Bajo su gobierno se verificó el Concilio provincial de 1772, presidido por el arzobispo don Diego Parada, en que fueron confirmados los cánones del Concilio de Santo Toribio.

Otros recuerdos me asaltaban en Cádiz. Aparte de sus defensas heroicas contra los Ingleses, en 1626, 1772 y 1797, y contra los Franceses en 1811; aparte también de sus interesantes episodios políticos, su constitución liberal de 1812 y la heróica revolución de 1820 encabezada por Riego y Quiroga, Cádiz me hacia recordar que allí había nacido ese feroz brigadier Enrile, pacificador de espantosa memoria en mi patria; y que allí murió miserable, hambriento y lacerado por mil amarguras, en el fondo de un calabozo, el ilustre y generoso Miranda, guerrero de la revolución francesa y mártir de la independencia colombiana, tratado por unos con suprema ingratitud y por otros con una fría crueldad!

Hojeando los libros canónicos de defunciones de aquel pueblo, correspondientes á los meses de Abril y Mayo del año 1772, y fijándose en las páginas que empiezan en el asiento 28, se verá el tristísimo cuadro de las más encarnizadas hecatombes que registra la historia de la viruela.

Dió y pronunció esta sentencia el excelentísimo señor don Manuel de Amat y Juniet, caballero de la Orden de San Juan, del Consejo de su Majestad, su gentilhombre de cámara con entrada, teniente general de sus reales ejércitos, virrey, gobernador y capitán general de estos reinos del Perú y Chile; y en ella firmó su nombre estando haciendo audiencia en su gabinete, en los Reves, a 11 de agosto de 1772, siendo testigo don Pedro Juan Sanz, su secretario de cámara, y don José Garmendia, que lo es de cartas.

Y el ciclone avanza, en ocasiones, desembozadamente, engalanándose en su vasta densidad con todas sus luces eléctricas. Hay momentos en que se anuncia por medio de chorros, de bolas de fuego. En el gran huracán acaecido en las Antillas en el año 1772, en que el mar subió setenta pies, en medio de la obscuridad de la noche, los cerros de la costa viéronse alumbrados por globos inflamados.

Diario de D. Pedro Pablo Pabon, que contiene la explicacion exacta de los rumbos, distancias, pastos, bañados y demas particularidades que hemos hallado en el reconocimiento del campo y sierras; comisionados por órden del Ilmo. Cabildo del Puerto de la Santísima Trinidad de Buenos Aires, en 12 de Octubre de 1772.

También D. Manuel José Quintana, nacido en Madrid en 1772, demostró felices disposiciones para la tragedia en su Pelayo, que se distingue por la grandeza de sus ideas y por su dicción enérgica y perfecta. Téngase presente, no obstante, cuando hablamos del lenguaje de todas estas tragedias, que, en lo general, están escritas en yámbicos sueltos de cinco pies, sin rima alguna.

Para formase una idea de los males que acarreó a estos pueblos la supresión de la Compañía de Jesús, basta echar la vista al siguiente estado comparativo de su situación en 1768, cuando salieron de las manos de sus doctrineros, y en 1772, cuando pasaron a las de don Juan Ángel de Lascano, su administrador general.

Las ventanas son de una proporcion séria, y no llevan otro adorno que un marco sencillo sin moldura alguna, á excepcion de la fachada principal, en cuya crugía se hallan distribuidos los pabellones de gefes y oficiales con balcones adornados de marcos con molduras y frontispicios, cuya arquitectura puede corresponder al siglo diez y ocho, y seguramente será en el último atendida la renovacion que se hizo de este edificio en 1772 segun se ha manifestado, en cuyo año se le dió la planta que hoy conserva, habiendo quedado muy poco del tiempo de los moros y del de los reyes de Aragon.