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Tampoco la había por otra parte, para que el respeto oficial que el señor Macey debía al pastor, le impidiera someter el modo de bailar de su superior a esa crítica que los espíritus de la penetración extraordinaria son llamados necesariamente a ejercer sobre la conducta de sus semejantes.

Ya... será un bacalao ese padre Rubín. ¿No le di ya a usted una credencial de Penales para un Rubín? Usted por lo visto protege a esa familia. Yo no protejo familias, niño. Déjese usted de protecciones... Sólo que me intereso por las personas de mérito. Por no ha de quedar. Le daré otro achuchón a Cárdenas. Pero, lo que digo, son plazas que tienen muchos golosos.

Apenas de vuelta en el castillo, entregó Pedro a la huérfana, que se preparaba para la comida, la misiva de la señora de Aymaret; leyóla aquélla de prisa y no vio al pronto en su contenido nada de extraordinario, nada que pudiera distinguirla de esa correspondencia trivial que casi diariamente cruzaba con su amiga.

Esto está convenido entre don Juan y yo. Eres, pues, una torpe. Perdonad, señora. Pero en fin, ¿don Juan está ahí? , señora; ha venido con una mujer. ¡Con una mujer! ¿y qué trazas tiene esa mujer? Es joven, hermosa, viene ricamente vestida, y parece, según está de pálida y ojerosa, que ha pasado muy mala noche. ¿Dónde están? En el camarín. Vísteme.

Entre los numerosos edificios religiosos de Colonia ninguno llama la atencion en presencia de esa catedral admirable que los eclipsa á todos.

El peludo Butrón levantó ambas manos al cielo, la Mazacán paseó por la horrorizada concurrencia una mirada de triunfo, y la duquesa, irguiéndose iracunda, exclamó violentamente: ¿Y lo dices con esa frescura?... ¿Y tienes valor para venir a decirlo aquí, en mi casa?...

dijo el joven doctor , ésa es la única prescripción racional; una casa de campo a orillas del Arno, una vida tranquila y sin preocupaciones pecuniarias... ¡Pero, ya veis!... Y designó con el dedo los cortinajes destrozados, las sillas de paja y el desnudo pavimento del salón. ¡He aquí su sentencia de muerte! En el mes de enero el último pulmón fue afectado; el sacrificio se consumaba.

Por el tono en que hacía esa indicación, por la actitud de toda su persona, parecía que quisiera defender contra las miradas indiscretas el pensamiento íntimo de su pobre amiga; pero la Baronesa de Börne exclamó, aproximándose al juez, que ya había tomado de las manos del comisario el libro extraído por éste de su negra caja: ¡Allí precisamente se puede encontrar algo!...

Por eso importaba cerciorarse de la naturaleza de las relaciones de los dos rusos; pero ninguna luz arrojaron sobre ese punto las declaraciones tomadas en Zurich entre las personas que conocían a Zakunine y a la Natzichet: nadie sabía si en realidad eran amante y querida; algunos lo sospechaban, otros rechazaban la idea, y hasta sobre si eran o no capaces de haber cometido el delito, los pareceres eran también en esa ciudad muy diversos.

El Arte vivifica las cosas, las exime de su coordinación concreta y de su finalidad utilitaria: las hace absolutas, únicas y absurdas; las satura de esa contradicción radical que es la vida, puesto que la vida es al propio tiempo negación y afirmación de la muerte. Sólo las cosas vivas son hermosas.