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¡D. Norberto! ¿Qué es eso? ¿Qué le pasa? Hola, querido. Nada, nada... no es nada respondió sin aturdimiento. le pasa algo... ¿Qué le han hecho a usted en esa casa? Nada, nada... Vámonos que se reúne gente. ¿Se va usted a ir sin sombrero? Es verdad... Voy a pedirlo... Aguarda un poco.

Los chilenos mismos suelen preferir esa vía, que les evita los rudos mares del Sur y el cansancio de esa navegación monótona, mientras la ruta del norte presenta mares tranquilos y las frecuentes escalas que aligeran la pesadez del viaje. Una vez abierto el canal, raro será, pues, el buque que vaya a buscar el Estrecho de Magallanes para entrar en el Pacífico.

Pero yo pido a Dios para mi hijo muchas cosas antes que esa gloria, que muy bien pudiera resultar vana, examinada detenidamente. 21 septiembre de 1829. Mi pobre Alfonso es el que me ayuda a soportar los días de mi vejez, de un modo admirable; me colma de obsequios y atiende solícito a mis apuros, sean del género que quieran.

Pero su voluntad no vaciló, la entereza de su virtud no desfalleció un instante; mas la imaginación... a esa ¿quién le corta las alas?

Pero los novelistas ignoran esa sencillez preciosa del arte teatral; acostumbrados á explicarlo todo, tipos y paisajes, no comprenden que, ante las luces de la batería, se pueda responder con una mirada á un largo discurso, ni que un suspiro de amor y una ventana abierta para dar paso á un rayo de luna, basten á servir de desenlace á una comedia; de aquí su frondosidad barroca, sus vaguedades y esa pesadez de detalles que el público no perdona.

Y todos, con esa sumisión de las muchedumbres cuando se sienten dominadas por el entusiasmo ó el asombro, siguieron sus ojos para conocer al hombre que era acogido de este modo por la heroína.

Comprendí que iba a matarle, que se iba a perder sin remedio. Por eso, las últimas veces que vino acá le seguí, previendo una catástrofe. Y como él me pidiera que le ayudara, lo ayudé. ¿Matando a la mujer amada por el? Devolviéndole la libertad. ¿Y ha asesinado usted a esa criatura así, a sangre fría, deliberadamente? Vine a verla. Vine el último día para hablar con ella.

Acaso no hubiera dicho nada, ó al menos hubiera dicho poco, si no la hubiésemos encargado sigilo; pero no hablar sobre el asunto, cuando la encarecimos el secreto; no decir nada del secreto que se la fia; no revelar aquel misterio de que ella se enamora; no llevarse el dedo á la boca, imponiendo silencio á Luisa; no cogerla del brazo; no llevarla aparte; no mirar con aire aturdido á uno y otro lado como para ver si es oida de alguno; no cuchichear al oído de aquella pobre jóven; no descubrirla todo lo que nosotros la habiamos suplicado que ocultara; renunciar al placer supremo de esa patética pantomima, decididamente, lectores mios, eso no lo ha hecho madama Fonteral; eso no lo hace ninguna mujer; eso seria un milagro, y el milagro no es el genio de nuestro siglo, sobre todo, no es la gracia especial de las mujeres de Paris.

La idea de la extension infinita parece un hecho primitivo de nuestro espíritu; esa infinidad que imaginamos en el espacio, no es otra cosa que el resultado de los esfuerzos de nuestra idea para expresarse en una realidad.

Es probable que á esta clase de ocupación asociara ella una idea de penitencia, y que al dedicar tantas horas á esa ruda labor, las ofreciera como una especie de sacrificio de otros goces.