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Pero no es esa la mujer como debe ser; la mujer que nuestro siglo ha redimido de la ignorancia y de la esclavitud; la mujer que ha recibido de Dios una inteligencia, una voluntad y un corazón para que los cultive y perfeccione al objeto de que ella sea, no la sierva del hombre sino su compañera, no la súbdita de un rey sino reina al lado del rey, fieles y constantes aliados desde la cuna hasta el sepulcro, en la hora feliz o en la adversa, no sólo en las intimidades del santuario doméstico, sino también en los abiertos y dilatados espacios de la vida pública.

¿Cuando ha inspirado la mujer mayor respeto al hombre sino cuando la ha visto instruida y educada a su altura en los colegios y universidades? ¿Antes, cuando la mujer permanecía en estado de ignorancia era acaso más respetada que ahora?

La instrucción y la educación tienen un doble fin: el individual, que redime la inteligencia humana de los peligros de la ignorancia, y el social, que prepara al hombre y a la mujer a cumplir los deberes de una buena ciudadanía. No se educa uno exclusivamente para su propio bien sino principalmente para ser útil y servir a los demás.

Esos lugareños ignorantes saben confusamente que la mujer como el hombre está hecha de la misma arcilla y no se avienen a creer que por haberles cabido la suerte de tener niñas en vez de niños necesitan condenarlas a llevar las cadenas de la ignorancia incapacitándolas para ser útiles a sus familias, a su sociedad y a su patria.